domingo, 13 de mayo de 2012

El Romanticismo

A finales del siglo XVIII hasta el siglo XIV se da un movimiento cultural el cual comienza en Alemania e Inglaterra y se va extendiendo por toda Europa. Dicho movimiento sobrepasa los límites cronológicos establecidos y se extiende hasta nuestros días.
Características del Romanticismo.
1.    Rechazo al Neoclasicismo. Frente al escrupuloso rigor y orden con que, en el siglo XVIII, se observaron las reglas, los escritores románticos combinan los géneros y versos de distintas medidas, a veces mezclando el verso y la prosa; en el teatro se desprecia la regla de las tres unidades (lugar, espacio y tiempo) y alternan lo cómico con lo dramático.
2.    Subjetivismo. Sea cual sea el género de la obra, el alma exaltada del autor vierte en ella todos sus sentimientos de insatisfacción ante un mundo que limita y frena el vuelo de sus ansias tanto en el amor, como en la sociedad, el patriotismo, etc. Hacen que la naturaleza se fusione con su estado de ánimo y que se muestre melancólica, tétrica, misteriosa, oscura... a diferencia de los neoclásicos, que apenas mostraban interés por el paisaje. Los anhelos de amor apasionado, ansia de felicidad y posesión de lo infinito causan en el romántico una desazón, una inmensa decepción que en ocasiones les lleva al suicidio, como es el caso de Mariano José de Larra.
3.    Atracción por lo nocturno y misterioso. Los románticos sitúan sus sentimientos dolientes y defraudados en lugares misteriosos o melancólicos, como ruinas, bosques, cementerios... De la misma manera que sienten atracción hacia lo sobrenatural, aquello que escapa a cualquier lógica, como los milagros, apariciones, visiones de ultratumba, lo diabólico y brujeril...
4.    Fuga del mundo que los rodea. El rechazo de la sociedad burguesa en la que les ha tocado vivir, lleva al romántico a evadirse de sus circunstancias, imaginando épocas pasadas en las que sus ideales prevalecían sobre los demás o inspirándose en lo exótico. Frente a los neoclásicos, que admiraban la antigüedad grecolatina, los románticos prefieren la Edad Media y el Renacimiento. Como géneros más frecuentes, cultivan la novela, la leyenda y el drama histórico.

Temas románticos
·         Egocentrismo: El alma del hombre es su enemigo interior, identificable con una obsesión incurable por lo imposible, que priva del goce de la vida al individuo y hace que ésta le sea adversa. El alma romántica no es dada desde fuera al individuo, sino que éste la crea cuando tiene conciencia de sus sentimientos. Convierte al individuo en singular y universal, de modo que el Universo sólo es posible concebirlo partiendo del conocimiento de sí mismo, pues el hombre es la imagen del Macrocosmos. Este egocentrismo en gran parte , el Yo es la única realidad existente, pues "no hay más objetos que aquellos de los cuales tienes conciencia. Tú mismo eres tu propio objeto". Por tanto sólo el Yo es real, es el absoluto, y la poesía permite hacer sensible y comunicativa esta experiencia en tanto que es representación del alma y representación del mundo interior en su totalidad. El poeta es alma y universo. Este egocentrismo romántico tiene sus raíces en la filosofía kantiana y en el idealismo trascendental. Kant llevó el centro de gravedad de la filosofía hacia el interior del propio hombre y valoró el sentimiento para el acto del conocer. Y Schelling, con su filosofía de la naturaleza dio salida a la circularidad destructora de Fichte, pues el mundo entero se le acababa convirtiendo en un espejo que eternamente le presentaba al yo su propia soledad.
·         Schelling liberaba al hombre de encontrarse a sí mismo y sólo a sí mismo en todas partes. Admite la existencia de un mundo exterior opuesto al mundo interior (Yo). La intuición realiza la síntesis entre el Uno ("yo") y el Todo (la naturaleza). El Yo, el Uno se acerca a ese mundo externo para dialogar con él, coexistir con él y reconciliarse con él. El sujeto cree en una visión de algo que está más allá de la cosa, que puede percibir gracias a una intuición esencial en un ámbito de libertad.
·         La Libertad: El reino de la libertad absoluta es el ideal romántico, el principio de toda ética romántica: libertad formal en el arte, entendida como necesidad del individuo para explorarse y explorar el mundo exterior, y para lograr la comunicación del Uno con el Todo, en una marcha progresiva hacia el infinito. El romántico se concibe como un ser libre, el cual se manifiesta como un querer ser y un buscador de la verdad. No puede aceptar leyes a ninguna autoridad. Muchos románticos heredaron la crisis de la conciencia europea que la Ilustración provocó al cuestionar, en nombre de la razón, los dogmas religiosos.
·         El amor y la muerte: El romántico asocia amor y muerte, como ocurre en el Werther de Goethe. El amor atrae al romántico como vía de conocimiento, como sentimiento puro, fe en la vida y cima del arte y la belleza. Pero el amor acrecienta su sed de infinito. En el objeto del amor proyecta una dimensión más de esta fusión del Uno y el Todo, que es su principal objetivo. Pero no alcanzará la armonía en el amor. El romántico ama el amor por el amor mismo, y éste le precipita a la muerte y se la hace desear, descubriendo en ella un principio de vida, y la posibilidad de convertir la muerte en vida: la muerte de amor es vida, y la vida sin amor es muerte. En el amor se encarna toda la rebeldía romántica: "Todas las pasiones terminan en tragedia, todo lo que es limitado termina muriendo, toda poesía tiene algo de trágico" (Novalis).
·         La religión de los románticos: Las posturas románticas acerca de la religión son variadas. No obstante, en general la creencia no la fundan los románticos en ninguna norma establecida, en ninguna moral instituida, sino en un sentimiento interior y en una intuición esencial de lo divino que conduce a una unión mística con Dios. Lo que hay de esencialmente nuevo en la religión de los románticos, sobre todo en Alemania, es este sentimiento interior. El intercambio o comunicación entre el individuo y el universo denota una vida superior, y la primera condición de la vida moral. La conciencia de pertenecer a un todo, de formar parte de él desde la propia individualidad, conlleva una responsabilidad moral. Para todos los románticos no existe Dios fuera del mundo y del hombre, y debemos actuar motivados por el entusiasmo y el amor ("sintiéndose lleno de Dios", F. Schlegel), una comunicación directa entre el hombre y la naturaleza, el hombre y Dios, el Uno y el Todo.

 La literatura romántica, una literatura en la que la libertad se dio en todos los sentidos, con creatividad sin necesidad de reglas, así como una libertad de espacio, buscando la soledad. Esta literatura abarcó todos los géneros encontrando así su expresión en la poesía, el teatro, la novela pero también renovó todos los géneros, como la historia, la música y la crítica, extendiéndose así mismo al campo de las bellas artes. Además no solo exalta el yo personal, si no también el yo colectivo, "la religión de la patria". Surge así el interés y el gusto por las leyendas y tradiciones, de ahí su predilección por el Medioevo, por lo popular y por todo lo que encarna más vivamente el espíritu nacional.
La lírica romántica
Es un reflejo de la literatura de la época, en el sentido de que los TEMAS que toca son la reivindicación de la libertad, la subjetividad, la exaltación del “yo” y el ansia de realización del individuo en una sociedad no burguesa (lo que le lleva al mayor desprecio de las normas, del dinero y de la vida y a ser más generoso).

El paisaje y la naturaleza dejan de ser meros decorados en los que ocurrirán los hechos, para convertirse en   fieles reflejos de la interioridad del artista. A esta desazón romántica conviene un paisaje desaforado, violento, salvaje,   misterioso... (Cementerios nocturnos, lugares abandonados..).

Juan Antonio Pérez Bonalde

Este ilustre poeta venezolano, fue Masón Grado 18°, Demostró cariño por la institución, hizo gran labor cultural dentro las Logias y es citado en las publicaciones masónicas, como un liberal de fuerte sentimiento nacionalista.
Juan Antonio Pérez Bonalde, nació en Caracas en 1846, hijo de Juan Antonio Pérez y Gregoria Bonalde. La violencia política de la época, obligó a la pequeña familia a buscar refugio en Puerto Rico. En esa Isla discurrió la infancia del vate. Tuvo buenos maestros, logrando gran cultura humanística y musical. Aprendió a tocar piano, interpretando a varios de los clásicos más conocidos.
Junto con su familia regresó a Venezuela en plena juventud. Fundó periódicos de oposición en compañía de Nicanor Bolet Peraza. Estaba entonces en el gobierno el General Antonio Guzmán Blanco, quien no obstante su formación masónica, se sintió fastidiado por las críticas de Pérez Bonalde, al cual para silenciarlo lo mandó al destierro.
Pérez Bonalde estuvo exilado en Nueva York. Para ganarse la vida trabajó como agente vendedor de una firma comercial. El destierro enseñó al poeta la importancia de aprender idiomas. No sólo estudió inglés, alemán, francés, italiano y portugués, sino hasta sueco y holandés.
Fue un incansable viajero. Recorrió por casi toda Europa y estuvo inclusive en las selvas del África. Dicen que en una partida de casería en el continente negro, estuvo a punto de ser devorado por un león.
En sus andanzas por los Estados Unidos y Europa, hizo amistad con grandes figuras intelectuales y con prestigiosos dirigentes de la masonería. Fue amigo de Santiago Pérez Triana, Roberto de Narváez y del héroe cubano José Martí.
Pérez Bonalde se casó en los Estados Unidos con una muchacha de singular belleza, en quien tuvo una hija, que fue bautizada con el nombre de Flor, cuya muerte prematura le produjo intenso dolor, escribiendo en su memoria un poema inolvidable.
La nostalgia de Venezuela, le hizo emprender el regreso en 1890. Su vida estuvo llena de penalidades y desengaños. Falleció en La Guaira el 4 de octubre de 1892.

Su obra poemática es vasta y de extraordinaria calidad. "La Vuelta a la Patria", "Flor" y "El Poema del Niágara", son sin duda sus versos más conocidos. Rufino Blanco Fombona, ese excelso escritor masón, fue uno de los apologistas del bardo caraqueño, cuyos restos fueron trasladados al Panteón Nacional el 14 de febrero de 1946.
Para los masones es un motivo de orgullo, el haber contado en sus filas, con un literato de tan elevados quilates, honesto, batallador y con un amor profundo por la libertad.
Uno de sus poemas mas conocidos es el poema flor realizado porque en  1883 muere su hija Flor en forma inesperada. Conmovido por ese inmenso dolor escribe el poema .

FLOR
I
Flor se llamaba: flor era ella,
flor de los valles en una palma,
flor de los cielos en una estrella,
flor de mi vida, flor de mi alma.

Era más suave que blando aroma;
era más pura que albor de luna,
y más amante que una paloma,
y más querida que la fortuna.

Eran sus ojos luz de mi idea;
su frente, lecho de mis amores;
sus besos eran dulzura hiblea,
y sus brazos, collar de flores.

Era al dormirse tarde serena;
al despertarse, rayo del alba;
cuando lloraba, limbo de pena,
y sus abrazos, collar de flores.

Era al dormirse tarde serena;
al despertarse, rayo del alba;
cuando lloraba, limbo de pena;
cuando reía, cielo que salva.

La de los héroes ansiada palma,
de los que sufren, el bien no visto,
la gloria misma que sueña el alma
de los que esperan en Jesucristo.

Era a mis ojos condena odiosa
si comparada con la alegría,
de ser el vaso de aquella rosa,
de ser el padre de la hija mía.

Cuando en la tarde tornaba al nido
de mis amores, cansado y triste,
con el inquieto cerebro herido
por esta duda de cuanto existe.

Su madre tierna me recibía;
con ella en brazos, yo la besaba..
. ¡Y entonces... todo lo comprendía
y al Dios sentido todo lo fiaba!...

¿Que el mal impera? ¡Delirio craso!
¿Que hay hechos ruines? ¡Error profundo!
¿No estaba en ella mirando acaso
la ley suprema que rige al mundo?

¡Ah, cómo ciega la dicha al hombre!
¡Cómo se olvida que es rey el duelo,
que hay desventuras sin fin ni nombre
que hacen los puños alzar al cielo!...

¡Señor!, ¿existes? ¿Es cierto que eres
consuelo y premio de los que gimen,
que en tu justicia tan sólo hieres
al seno impuro y al torvo crimen?

Responde, entonces: ¿por qué la heriste?
¿Cuál fue la mancha de su inocencia?
¿Cuál fue la culpa de su alma triste?
¡Señor!, respóndeme en la conciencia.
Alta la llevo siempre, y abierta,
que en ella negro nada se esconde;
la mano firme llevo a su puerta,
inquiero... y ¡nada, nada responde!
Sólo del alma sale un gemido
de angustia y rabia, y el pecho, en tanto,
por mano oculta de muerte herido,
se baña en sangre, se ahoga en llanto.

Y en torno sigue la impía calma
de este misterio que llaman vida,
y en tierra yace la flor de mi alma
¡y al lado suyo mi fe vencida!
II
¡Allí está! Blanca, blanca,
como la nieve virgen que el potente
viento del Norte de la cumbre arranca;
como el lirio que troncha mano impía
orillas de la fuentes
que en reflejar su albura se engreía.

¡Allí está!... La suave
primavera pasó; pasó el verano,
y la estación poética en que el ave
y las hojas se van; retornó el cano,
pálido invierno, con su alegre arreo
de fiestas y niños, y aún la veo
y la veré por siempre... Allí está..., fría
entre rosas tendida, como ella
blancas y puras y en botón cortadas
al despuntar el día...

¡Ay! En la hora aquella,
¿dónde estaban las hadas
protectoras del niño
que no vinieron con la clara estrella
de su vara de armiño
a tocar en la fernte a la hija mía,
a devolver la luz a aquellos ojos
y a arrancar de mi pecho los abrojos
de esta inmensa agonía,
de este dolor eterno, de esta angustia
infinita, fatal, inmensurable;
de este mal implacable,
que deja el alma mustia
para siempre jamás, que nada alcanza
a mitigar en este mundo incierto?

¡Nada! Ni la esperanza
ni la fe del creyente
en la ribera nueva,
en el divino puerto
donde la barca que las almas lleva,
habrá de anclar un día;
ni el bálsamo clemente
de la grave, inmortal filosofía;
ni tú misma, doliente
inspiración, divina poesía,
que esta arpa de lágrimas me entregas
para entornar el salmo de mi duelo...
Tú misma, no, no llegas
a calmar mi dolor...
¡Abrase el cielo!
¡Desgájese la gloria en rayos de oro
sobre mi frente..., y desdeñosa, altiva,
de su mal sin consuelo
al celestial tesoro
el alma mía cerrará su puerta;
que ni aquí ni allá arriba,
en la región abierta
de la infinita bóveda estrellada,
nada hay más grande, nada
más grande que el amor de mi hija viva,
¡más grande que el dolor de mi hija muerta!


Novela Romántica

Características de la Novela Romántica.
1.       El idilio como elemento estructurante de la acción
Toda novela es narración o descripción de un dinamismo humano. A        veces los personajes se mueven por intereses, por intrigas, por ideales históricos o sociales. Los personajes de la novela romántica son movidos por el amor.

2.       La naturaleza como marco del idilio.
En la novela no sólo hay personajes que actúan. Hay un escenario en el que se desenvuelve la acción.

3.       Idealización del paisaje
El paisaje que se nos brinda en la novela romántica no se brinda como lo ven los ojos sino como lo ve el corazón. Por esa subjetivación del paisaje hay que hablar de un paisaje “idealizado”

4.       Identificación del paisaje.
De por sí el paisaje es un elemento carente de sensibilidad e indiferente al acontecer de los personajes que en él  se mueven. Sin embargo,  en el Romanticismo el paisaje está “humanizado”; vive las incidencias de los enamorados.

5.       El color local
Si no en todas las novelas románticas, si en muchas (sobre todo en la novela romántica americana) el ambiente de la novelan es de carácter local o regional. De esta manera, ya en la novela romántica, hay anticipos de lo que va a ser  el Costumbrismo y el Nativismo  como derivaciones románticas.

6.       Exaltación del YO.
El “Yo” del artista siempre se refleja en la obra artística romántica. Fácilmente el autor se confunde con el Protagonista; por esta razón, se narra en primera persona.

7.       Presencia de elementos autobiográficos.
El autor romántico introduce en su obra muchos elementos y aspectos de su propia vida. Hay numerosos detalles biográficos pasados a los protagonistas de sus obras.

8.       Exotismo romántico.
El romántico se escapa a lugares extraños; vuelve su mirada sobre países, paisajes y ambientes remotos o lejanos; le sirve como de escape.    
        Los autores suelen intercalar, en sus narraciones o poemas, relatos exóticos: también intercalan formas de lenguaje, alusiones y comparaciones referidas a otros lugares, (Asia, África…)

9.       Temas y recursos románticos.
 El Romanticismo se basa en cuatro temas fundamentales: el amor, la naturaleza, muerte y el aspectos religiosa cristiano: Todo esto está maravillosamente entrelazado en Novela Romántica.
                Igualmente, en el Romanticismo, están presentes algunos recursos “originales”: El pájaro negro, la lluvia, las campanadas de la torre, el silbido del viento, la luna, etc…

Novela Románticas

María

Enmarcada por la espléndida geografía del Valle del Cauca, en épocas pasadas floreció la hacienda «El Paraíso». Allí, rodeados por la bondad de sus padres y tíos, crecieron dos jovencitos de nombres Efraín y María, primos hermanos, quienes desde su más tierna infancia se hicieron inseparables compañeros de juego y alegría. Muy pronto, sin embargo, el camino de los dos primos se separó.
Efraín, alcanzada la edad necesaria para emprender una sólida educación, fue enviado por sus padres a la ciudad de Bogotá, en donde, tras seis anos de esfuerzo, consiguió coronar sus estudios de bachillerato.
María, entre tanto, lejana ya las delicias de la infancia, se había convertido en una bellísima muchacha, cuyas dotes y hermosura encandelillaron al recién llegado bachiller.
Ciertamente la sorpresa del muchacho fue compartida. También María se sintió vivamente Impresionada ante las maneras y el porte de su primo, y aquella mutua admiración dio tránsito a un vehemente amor que se apoderó de sus corazones, sin que ellos mismos pudieran comprenderlo o sentirlo.
El cariño de los jóvenes progresó dulcificado por las bondades de su medio y muy pronto, a pesar de que ellos quisieron ocultarlo, los ojos de sus mayores recabaron en este mutuo afecto. Entonces, una sombra dolorosa se interpuso entre los dos enamorados.
Los padres de Efraín, quienes abrigaban un vivísimo amor por su sobrina, no podrían olvidar una penosa circunstancia .que señalaba indefectiblemente su destino. Tal como su madre, muerta bastante tiempo atrás. Marta daba muestras de padecer una dolorosa enfermedad. Aquella dolencia, que llevara a la muerte a quienes la padecieran, tarde o temprano, empezaba a notarse en el semblante juvenil de la muchacha. Ningún alivio era suficiente, y aunque el ánimo de los buenos señores se inclinara favorablemente al amor de los muchachos, la posibilidad, casi indudable, de la muerte temprana de María, los obligaba a oponerse.
A pesar de ello, sus acciones no revistieron crueldad o torpeza. Todo lo contrario, el padre llamó a Efraín a su lado y sin mostrar señal alguna de su íntima determinación, lo instó a viajar a la lejana Europa a fin de adelantar estudios superiores de medicina. Aquella solicitud conturbó el ánimo de la enamorada, quien veía con profundo pesar la forzosa distancia que entre los dos pudiera interponerse.
Sin embargo, la voluntad paterna fue determinante y tras una serie de obstáculos y aplazamientos que llenaron de felicidad el corazón de los amantes, Efraín enderezó sus pasos rumbo a Londres. El dolor de los primeros tiempos de separación fue mitigado por las incontables cartas que los muchachos se enviaban.
Muy pronto, Efraín resintió las dilaciones y tardanzas de su amada. Y cuando esta situación más lo mortificaba y ofendía, supo por boca de un amigo recién llegado a Inglaterra, que la joven María había sido postrada por una dolorosa enfermedad que la amenazaba cruelmente y que requería su presencia. Inauditos fueron entonces los dolores de Efraín tratando de encontrar vías inmediatas para su desplazamiento desde Europa.
Las enormes distancias y la lentitud de los transportes se erigía como otras tantas lanzas que mortificaban su corazón. Días y días se sucedían, sin que la añorada patria asomara en el horizonte. Llegaron después tas penalidades de la travesía de ríos y montanas, los accidentes, las lluvias, la crueldad de la naturaleza que inconmovible asistía a los agónicos esfuerzos del enamorado. Cuando ya Efraín consiguió descabalgar en tierras de «El Paraíso» y saludó emocionado a sus padres, por el semblante de aquellos adivinó la verdad: sus esfuerzos fueron vanos.
La amada no pudo aguardar su llegada y con su nombre entre los labios falleció.
La desesperación de Efraín lo condujo hasta el pie de la tumba de María, en donde los recuerdos de las alegrías pasadas que la llevaron hasta la postración. Finalmente, incapaz de soportar la vida en medio del maravilloso valle que fuera escenario de su amor y que lo inundaba cada instante con su alud de recuerdos y emociones, Efraín decidió abandonar para siempre la tierra de sus mayores y se adentró en lo desconocido.


Pablo y Virginia

Una joven de familia distinguida se enamora en Francia de un hombre honrado, de mediana condición, llamado La Tour; se casa con él; esto desagrada a la familia de la mujer. El marido, disgustado del accidente, decide ausentarse y se traslada a una isla donde existe una colonia francesa; deja allí a su mujer y se va a negociar al extranjero. Muere antes de volver a la isla, quedando su mujer con una hija no nacida aún, por toda herencia; esto se debió a que en el país había abogados; es decir: se debió a que había abogado la reducción de la herencia, no el hecho de haber quedado la señora en cinta.
La pobre viuda se encuentra abandonada en la isla; busca un terreno y se instala. Por lo visto, el terreno era sumamente barato en aquel paraje.Como vecina encuentra a una señora llamada Margarita, que se hallaba en idénticas circunstancias según el autor; totalmente diferentes, según lo verá el lector.En efecto, Mme. 

  • La Tour era de familia noble.
  • Margarita no lo era.
  • Mme. La Tour era casada.
  • Margarita no lo era.
  • El señor La Tour era marido y de mediana condición.
  • El señor seductor de Margarita era amante y sin condición.
  • El señor La Tour se murió.
  • El otro señor no se murió por aquel entonces.
  • Mme. La Tour estaba embarazada de una niña.
  • Margarita de un niño.
El autor encuentra que todas estas circunstancias son idénticas. ¡Dios lo bendiga!
Había por allí, además, un vecino viejo y dos sirvientes negros de diverso sexo. Les ruego no creer que el viejo fuera neutro.¿Cómo dividir el terreno de las nuevas vecinas, sin que hubiera cuestión de límites? El viejo echó a la suerte el caso y la cara y el castillo dieron los títulos de propiedad de los terrenos.
En ellos se construyó dos cabañas separadas, pero próximas.
Margarita dio a luz un niño; le llamaron Pablo, y se plantó un árbol.
Mme. La Tour dio a luz una niña; la llamaron Virginia, y se plantó otro árbol.
Era evidente que los árboles representarían en adelante la edad de los niños en caso de no secarse (los árboles).
Las dos mujeres vivieron en santa paz sin murmurar del prójimo. ¡Es necesario ir a las islas para presenciar tales fenómenos!
Los dos negros se casaron, pero la negra no dio a luz nada, razón por la cual no plantaron otro árbol.
El método de vida de estas gentes, era muy sencillo: comían y se bañaban juntas, pero dormían separadas.Iban a misa a la aldea vecina, juntas, pero rezaban separadas.El viejo las visitaba a todas juntas.
Pablo y Virginia crecieron y aprendieron a hablar; desde este último suceso se llamaron hermanos.¡Uno se queda sorprendido de que no se hubieran dado tal nombre antes de saber hablar!
Pablo se ocupaba de los juegos y trabajos propios de su edad y de su sexo. Virginia hacía respectivamente otro tanto. ¡He ahí un nuevo fenómeno singularísimo!
Pablo quería mucho a Virginia y ésta a Pablo. Siempre andaban juntos: ¿por qué no andarían de preferencia con el viejo?Había además un perro; se llamaba Fiel; ¡esto es un pleonasmo!Cualquiera que tenga relaciones con un perro, sabe que es fiel, aunque no se llame tal.Me parece inútil decir que las dos familias y el viejo eran felices. Comían, dormían, paseaban, jugaban y no pagaban contribución directa.
Nada tenían que reprocharse, ni una falta, ni un crimen, ni un pecado venial, salvo el original. A nadie hacían daño; ni carne comían por no matar animales, pues no se atrevían a comerlos vivos.
Tomaban leche, se alimentaban de verduras y huevos y habrían dejado a salvo estos últimos, si hubieran sospechado que de ellos salían los pollos.
Fiel, por su parte, no hacía tales distinciones y a pesar de su inmenso amor a la familia, no participaba de sus opiniones respecto al régimen alimenticio.
Un día que las dos madres habían ido a misa, llegó a las cabañas una negra esclava, flaca y hambrienta.
Pablo y Virginia le dieron de comer. ¡Esto es lo que se llama ser oportunos!
En seguida la negra les contó que su amo le pegaba y la tenía en ayunas, que ella se había escapado y que si volvía, su verdugo la mandaría matar.Júzguese del horror de los hermanos al oír el verbo matar, ellos que vivían en perpetua semana santa por no matar una gallina.
Como tenían buen corazón, se decidieron a interceder por la negra y emprendieron a pie un viaje de cinco leguas con su protegida. Llegaron a la hacienda del amo de ésta e intercedieron; el amo perdonó a la negra, pero miró a Virginia con unos ojos... ¡ah! ¡qué ojos!Virginia se asustó: ¡la inocencia, naturalmente!...
Y no era que no hubiera motivo para mirar a Virginia con ojos de hacendado; la mocita tenía ya sus trece años, era redondita, blanca, graciosa, bonita y tenía un famoso desenvolvimiento de caderas en que Pablo no había fijado su atención.
Verdad es que Virginia era hermana de Pablo y es sabido que las hermanas nunca tienen caderas.
Pablo y Virginia se retiraron a su cabaña y se perdieron en el camino, a causa del susto que llevaba la jovencita.Llegaron a un río.-Yo no paso -dijo Virginia.
Pablo la cargó a babucha y pasaron. A pesar del gusto que tuvo Pablo, llegó cansado a la otra orilla. ¡Es que los sentimientos tienen su límite!
Continuaron su camino con los pies lastimados y sin esperanza de llegar. La noche avanzaba; los hermanos temblaban de miedo y se pusieron a gritar; el único que les respondió fue el eco que, como se sabe, repite las últimas sílabas.
-¡Socorro! -decía Pablo.- Corro, decía el eco.
-Bendito sea Dios -gritaba inoportunamente Virginia-. Adiós -repetía el eco burlón.
-Vengan pronto -exclamaba Pablo. -Tonto, contestaba el eco, permitiéndose cambiar una letra.De repente los perdidos oyeron un ladrido: era el de Fiel. "Ahí está el negro" dijo Pablo, aun cuando el negro no sabía ladrar, y bien pronto se encontraron reunidos con el sirviente.-¿Cómo nos has encontrado? -le preguntaron.
-Vaya -les contestó el negro-, hice oler vuestras ropas a Fiel y me ha entendido como si fuera un hombre.Fiel afirmaba con la cola que era cierto.
-Los he buscado como si fueran agujas -añadió el negro-. Fiel ha seguido la pista y me ha conducido hasta la hacienda a donde fueron a pedir merced para la negra; allí he visto a la pobre en la tortura: ¡buen modo de perdonar había tenido el patrón!
Virginia sospechó que no era bastante un viaje de cinco leguas para dominar las pasiones de un hacendado.
Domingo, así se llamaba el negro, hizo fuego, preparó la cena y estaban en lo mejor de ella los viajeros, cuando vieron un grupo de negros que avanzaba: eran paisanos de la esclava castigada y reconociendo a sus protectores, quisieron premiarlos llevándolos en angarillas hasta las cabañas donde las madres los esperaban desoladas.
La vida de estas familias, evangélicamente inocentes, siguió deslizándose por la senda de la felicidad. Desgraciadamente, eso no duró mucho.
Virginia cambió de carácter: andaba triste, soñadora y se ruborizaba al ver a Pablo; éste no comprendía una palabra del asunto; solamente infería que su hermana no lo quería tanto, pues no se dejaba abrazar ni besar como antes.
La madre de Virginia se dio a pensar, por aquella época, en que convenía separar a su hija de Pablo y habló a éste de un viaje a la India.
-Yo no voy a la India -respondió Pablo.
-Está bien, joven obediente -repuso Mme. La Tour-, no vayas.
Virginia continuaba soñando y haciendo rarezas. Una carta de Francia llegó a manos de Mme. La Tour: era de una tía de Virginia, rica como Creso y mala como una avispa; en la carta pedía que le mandaran a Virginia.
La noticia se esparció por la isla y el gobernador y demás habitantes tomaron cartas en el juego.
Para Virginia se establecía este dilema: dejo a Pablo y tengo fortuna, o no tengo fortuna y no dejo a Pablo. Ella se inclinaba a lo último, pero las madres, los vecinos y el gobernador opinaban por lo primero.
Pablo se desolaba, mas nadie le hacía caso.
En fin, tras de mil vacilaciones, embarcaron a Virginia, sin que lo supiera Pablo, quien renegó mucho, lloró mucho y se pasó tres días mirando al mar.
En Francia la tía metió a la sobrina en un convento y la quiso casar con un viejo rico. Virginia se negó a ello y llevó, durante su permanencia, una vida de perros.
En la isla no lo pasaban mejor. Pablo estaba sorprendentemente flaco y no cuidaba el jardín. No habían recibido noticias directas de Virginia, pero esto no les sorprendía porque la joven no sabía escribir. Un día por fin recibieron una carta de su puño y letra ¿cómo supieron que era de su puño y letra?... ¡ah... en las islas!
Pablo se puso a aprender a escribir para contestarle, y al fin de seis meses envió a su hermana nominal una plana llena de curiosos detalles y cuyos últimos renglones contenían repetida cien veces la palabra ven.
La tía, cansada de la obstinación de su sobrina, se decidió a devolverla a su patria y la embarcó en un mal buque, eligiendo la estación de las tormentas.
El buque llegó a la isla, pero al acercarse a la costa, se desencadenó sobre él un horrible huracán.
Pablo, el viejo, los negros, Fiel, el gobernador y todos los vecinos hábiles para desempeñar el cargo de municipales, acudieron a la orilla del mar a presenciar el espectáculo y ver si podían servir de algo.
La tormenta era preciosa y digna de aquellas costas providenciales. El poder del Supremo Hacedor se mostraba allí en todo su apogeo.
Dios, que permite a los fabricantes construir buques, manda a las tempestades destruirlos. ¡Esto es de una lógica admirable y los humanos deben estar muy contentos de recibir lecciones tan provechosas!
La tempestad continuaba arreciando; las maderas del navío crujían, los cables se rompían y la popa y la proa se sumergían alternativamente en la onda salada.
Los tripulantes y pasajeros se arrojaban al mar, las olas barrían la cubierta y a poco andar no quedaban en ella sino dos personas: un hombre de talla gigantesca y una joven de alma colosal. La joven era Virginia, el gigante no tenía nombre.
El gigante innominado rogaba a la joven Virginia que se dejara salvar; ésta se oponía a semejante pretensión por razones de pudor, pues era necesario desnudarse para echarse al mar y eso no entraba en sus costumbres.
Tan edificante coloquio se oía desde la costa a pesar de la distancia y de la tormenta.
-¡Desnúdese! -le gritaban de tierra.
-Pas de danger -respondía la joven que en su permanencia en el colegio había hecho recopilación de las expresiones más puras del idioma francés.
-¡Desnúdese! -le repetían los de la costa.
-Il ne manque plus que ça -respondía Virginia.
-¡Desnúdese, desnúdese! -continuaban las voces.
-J'ai bien autre chose a faire! -respondía la joven.
-¡Desnúdese, por la virgen santísima! -vociferaban sus amigos.
-Ah! mais, non par exemple! -contestaba la dócil y tierna doncella.
Cansado de rogar el gigante se echó al agua: el mar creció al recibir tamaño cuerpo.
Pablo, desesperado, trató de llegar a nado al buque, pero lo único que consiguió fue pelarse las rodillas y las narices contra las rocas.
Un momento después Virginia y su pudor desaparecieron de sobre cubierta.
¿Y Pablo? Fue sacado del mar, medio muerto y echando sangre por los oídos, por la boca y por cuanto conducto tenía.
¿Y Virginia? Yacía más linda que nunca y enteramente muerta sobre las arenas de la playa.
Los isleños la recogieron y al otro día la enterraron.
Al entierro asistieron todos los habitantes de la isla, inclusive el gobernador y los soldados, que hicieron a su cadáver (al de Virginia) honores fúnebres, como si se tratara del cuerpo de un coronel.
Los jóvenes de la isla querían que las enterraran vivas con el cadáver de la virtuosa doncella.
El gobernador se opuso a eso, fundándose en que muchas habían perdido lo que perdió a Virginia.
Así, pues lo único que se enterró con los restos de la virginal empecinada fue su castidad y algunas flores igualmente inocentes.
Aquí debía concluir la novela, pero no concluye.
Pablo fue debidamente atendido, pero quedó mudo y bastante atontado. ¡Juzgue el lector cuál sería la situación de Pablo con esta nueva dosis de estupor que le sobrevino!
Inútil es decir, que las madres, los negros, el viejo y Fiel fueron desagradablemente impresionados por tales sucesos.
Pongo en conocimiento del lector que el viejo tantas veces nombrado en esta lamentable historia, sólo figura en ella por hallarse presente. Jamás ha hecho cosa alguna que yo pueda narrar ¡pero el autor lo encuentra indispensable para el desarrollo del drama!
Margarita murió poco después.
Pablo, seguido del viejo, anduvo vagando mucho tiempo y recobró temporalmente el habla; dos o tres veces, dijo: "¡Virginia, Virginia!" con todas sus letras y se volvió a quedar mudo.
El viejo lo llevó al mercado (devuelvo al viejo su crédito puesto en duda en un párrafo anterior, en presencia de esta noble acción) lo llevó para ver si el movimiento de aquel centro comercial lo distraía; pero nada, más bien las penas del joven aumentaron al ver terneros, pollos y pescados muertos.
Por fin, él también murió y tuvo el gusto (dice el autor) de ser enterrado junto a su novia.
La madre de Pablo murió a su tiempo y Fiel no quiso ser menos.
Los negros tardaron más en verificar esa operación, pero tuvieron, por último, que decidirse a imitar a sus amos y al perro.
En cuanto a la tía, se supo en la isla que había pagado caras sus maldades: murió loca en un manicomio.
Lo único que quedó en la isla, como rastro de la existencia de aquellas familias, fue la ruina de sus habitaciones y algunas aves domésticas viejas, que, al verse abandonadas, se volvieron salvajes y carnívoras: gallina hubo que se convirtió en una verdadera pantera.
El viejo, empecinado en vivir, quedó también para contar esta triste historia.
Ya la ha contado más de cien veces (le redevuelvo su reputación de personaje importante), y todavía llora al oír su propio relato.Pablo y Virginia
Acabo de leer este romance; es bueno; voy a contároslo por si no lo conocéis.
Una joven de familia distinguida se enamora en Francia de un hombre honrado, de mediana condición, llamado La Tour; se casa con él; esto desagrada a la familia de la mujer. El marido, disgustado del accidente, decide ausentarse y se traslada a una isla donde existe una colonia francesa; deja allí a su mujer y se va a negociar al extranjero. Muere antes de volver a la isla, quedando su mujer con una hija no nacida aún, por toda herencia; esto se debió a que en el país había abogados; es decir: se debió a que había abogado la reducción de la herencia, no el hecho de haber quedado la señora en cinta.
La pobre viuda se encuentra abandonada en la isla; busca un terreno y se instala. Por lo visto, el terreno era sumamente barato en aquel paraje.
Como vecina encuentra a una señora llamada Margarita, que se hallaba en idénticas circunstancias según el autor; totalmente diferentes, según lo verá el lector.
En efecto, Mme. La Tour era de familia noble.
Margarita no lo era.
Mme. La Tour era casada.
Margarita no lo era.
El señor La Tour era marido y de mediana condición.
El señor seductor de Margarita era amante y sin condición.
El señor La Tour se murió.
El otro señor no se murió por aquel entonces.
Mme. La Tour estaba embarazada de una niña.
Margarita de un niño.
El autor encuentra que todas estas circunstancias son idénticas. ¡Dios lo bendiga!
Había por allí, además, un vecino viejo y dos sirvientes negros de diverso sexo. Les ruego no creer que el viejo fuera neutro.
¿Cómo dividir el terreno de las nuevas vecinas, sin que hubiera cuestión de límites? El viejo echó a la suerte el caso y la cara y el castillo dieron los títulos de propiedad de los terrenos.
En ellos se construyó dos cabañas separadas, pero próximas.
Margarita dio a luz un niño; le llamaron Pablo, y se plantó un árbol.
Mme. La Tour dio a luz una niña; la llamaron Virginia, y se plantó otro árbol.
Era evidente que los árboles representarían en adelante la edad de los niños en caso de no secarse (los árboles).
Las dos mujeres vivieron en santa paz sin murmurar del prójimo. ¡Es necesario ir a las islas para presenciar tales fenómenos!
Los dos negros se casaron, pero la negra no dio a luz nada, razón por la cual no plantaron otro árbol.
El método de vida de estas gentes, era muy sencillo: comían y se bañaban juntas, pero dormían separadas.
Iban a misa a la aldea vecina, juntas, pero rezaban separadas.
El viejo las visitaba a todas juntas.
Pablo y Virginia crecieron y aprendieron a hablar; desde este último suceso se llamaron hermanos.
¡Uno se queda sorprendido de que no se hubieran dado tal nombre antes de saber hablar!
Pablo se ocupaba de los juegos y trabajos propios de su edad y de su sexo. Virginia hacía respectivamente otro tanto. ¡He ahí un nuevo fenómeno singularísimo!
Pablo quería mucho a Virginia y ésta a Pablo. Siempre andaban juntos: ¿por qué no andarían de preferencia con el viejo?
Había además un perro; se llamaba Fiel; ¡esto es un pleonasmo!
Cualquiera que tenga relaciones con un perro, sabe que es fiel, aunque no se llame tal.
Me parece inútil decir que las dos familias y el viejo eran felices. Comían, dormían, paseaban, jugaban y no pagaban contribución directa.
Nada tenían que reprocharse, ni una falta, ni un crimen, ni un pecado venial, salvo el original. A nadie hacían daño; ni carne comían por no matar animales, pues no se atrevían a comerlos vivos.
Tomaban leche, se alimentaban de verduras y huevos y habrían dejado a salvo estos últimos, si hubieran sospechado que de ellos salían los pollos.
Fiel, por su parte, no hacía tales distinciones y a pesar de su inmenso amor a la familia, no participaba de sus opiniones respecto al régimen alimenticio.
Un día que las dos madres habían ido a misa, llegó a las cabañas una negra esclava, flaca y hambrienta.
Pablo y Virginia le dieron de comer. ¡Esto es lo que se llama ser oportunos!
En seguida la negra les contó que su amo le pegaba y la tenía en ayunas, que ella se había escapado y que si volvía, su verdugo la mandaría matar.
Júzguese del horror de los hermanos al oír el verbo matar, ellos que vivían en perpetua semana santa por no matar una gallina.
Como tenían buen corazón, se decidieron a interceder por la negra y emprendieron a pie un viaje de cinco leguas con su protegida. Llegaron a la hacienda del amo de ésta e intercedieron; el amo perdonó a la negra, pero miró a Virginia con unos ojos... ¡ah! ¡qué ojos!
Virginia se asustó: ¡la inocencia, naturalmente!...
Y no era que no hubiera motivo para mirar a Virginia con ojos de hacendado; la mocita tenía ya sus trece años, era redondita, blanca, graciosa, bonita y tenía un famoso desenvolvimiento de caderas en que Pablo no había fijado su atención.
Verdad es que Virginia era hermana de Pablo y es sabido que las hermanas nunca tienen caderas.
Pablo y Virginia se retiraron a su cabaña y se perdieron en el camino, a causa del susto que llevaba la jovencita.
Llegaron a un río.
-Yo no paso -dijo Virginia.
Pablo la cargó a babucha y pasaron. A pesar del gusto que tuvo Pablo, llegó cansado a la otra orilla. ¡Es que los sentimientos tienen su límite!
Continuaron su camino con los pies lastimados y sin esperanza de llegar. La noche avanzaba; los hermanos temblaban de miedo y se pusieron a gritar; el único que les respondió fue el eco que, como se sabe, repite las últimas sílabas.
-¡Socorro! -decía Pablo.- Corro, decía el eco.
-Bendito sea Dios -gritaba inoportunamente Virginia-. Adiós -repetía el eco burlón.
-Vengan pronto -exclamaba Pablo. -Tonto, contestaba el eco, permitiéndose cambiar una letra.
De repente los perdidos oyeron un ladrido: era el de Fiel. "Ahí está el negro" dijo Pablo, aun cuando el negro no sabía ladrar, y bien pronto se encontraron reunidos con el sirviente.
-¿Cómo nos has encontrado? -le preguntaron.
-Vaya -les contestó el negro-, hice oler vuestras ropas a Fiel y me ha entendido como si fuera un hombre.
Fiel afirmaba con la cola que era cierto.
-Los he buscado como si fueran agujas -añadió el negro-. Fiel ha seguido la pista y me ha conducido hasta la hacienda a donde fueron a pedir merced para la negra; allí he visto a la pobre en la tortura: ¡buen modo de perdonar había tenido el patrón!
Virginia sospechó que no era bastante un viaje de cinco leguas para dominar las pasiones de un hacendado.
Domingo, así se llamaba el negro, hizo fuego, preparó la cena y estaban en lo mejor de ella los viajeros, cuando vieron un grupo de negros que avanzaba: eran paisanos de la esclava castigada y reconociendo a sus protectores, quisieron premiarlos llevándolos en angarillas hasta las cabañas donde las madres los esperaban desoladas.
La vida de estas familias, evangélicamente inocentes, siguió deslizándose por la senda de la felicidad. Desgraciadamente, eso no duró mucho.
Virginia cambió de carácter: andaba triste, soñadora y se ruborizaba al ver a Pablo; éste no comprendía una palabra del asunto; solamente infería que su hermana no lo quería tanto, pues no se dejaba abrazar ni besar como antes.
La madre de Virginia se dio a pensar, por aquella época, en que convenía separar a su hija de Pablo y habló a éste de un viaje a la India.
-Yo no voy a la India -respondió Pablo.
-Está bien, joven obediente -repuso Mme. La Tour-, no vayas.
Virginia continuaba soñando y haciendo rarezas. Una carta de Francia llegó a manos de Mme. La Tour: era de una tía de Virginia, rica como Creso y mala como una avispa; en la carta pedía que le mandaran a Virginia.
La noticia se esparció por la isla y el gobernador y demás habitantes tomaron cartas en el juego.
Para Virginia se establecía este dilema: dejo a Pablo y tengo fortuna, o no tengo fortuna y no dejo a Pablo. Ella se inclinaba a lo último, pero las madres, los vecinos y el gobernador opinaban por lo primero.
Pablo se desolaba, mas nadie le hacía caso.
En fin, tras de mil vacilaciones, embarcaron a Virginia, sin que lo supiera Pablo, quien renegó mucho, lloró mucho y se pasó tres días mirando al mar.
En Francia la tía metió a la sobrina en un convento y la quiso casar con un viejo rico. Virginia se negó a ello y llevó, durante su permanencia, una vida de perros.
En la isla no lo pasaban mejor. Pablo estaba sorprendentemente flaco y no cuidaba el jardín. No habían recibido noticias directas de Virginia, pero esto no les sorprendía porque la joven no sabía escribir. Un día por fin recibieron una carta de su puño y letra ¿cómo supieron que era de su puño y letra?... ¡ah... en las islas!
Pablo se puso a aprender a escribir para contestarle, y al fin de seis meses envió a su hermana nominal una plana llena de curiosos detalles y cuyos últimos renglones contenían repetida cien veces la palabra ven.
La tía, cansada de la obstinación de su sobrina, se decidió a devolverla a su patria y la embarcó en un mal buque, eligiendo la estación de las tormentas.
El buque llegó a la isla, pero al acercarse a la costa, se desencadenó sobre él un horrible huracán.
Pablo, el viejo, los negros, Fiel, el gobernador y todos los vecinos hábiles para desempeñar el cargo de municipales, acudieron a la orilla del mar a presenciar el espectáculo y ver si podían servir de algo.
La tormenta era preciosa y digna de aquellas costas providenciales. El poder del Supremo Hacedor se mostraba allí en todo su apogeo.
Dios, que permite a los fabricantes construir buques, manda a las tempestades destruirlos. ¡Esto es de una lógica admirable y los humanos deben estar muy contentos de recibir lecciones tan provechosas!
La tempestad continuaba arreciando; las maderas del navío crujían, los cables se rompían y la popa y la proa se sumergían alternativamente en la onda salada.
Los tripulantes y pasajeros se arrojaban al mar, las olas barrían la cubierta y a poco andar no quedaban en ella sino dos personas: un hombre de talla gigantesca y una joven de alma colosal. La joven era Virginia, el gigante no tenía nombre.
El gigante innominado rogaba a la joven Virginia que se dejara salvar; ésta se oponía a semejante pretensión por razones de pudor, pues era necesario desnudarse para echarse al mar y eso no entraba en sus costumbres.
Tan edificante coloquio se oía desde la costa a pesar de la distancia y de la tormenta.
-¡Desnúdese! -le gritaban de tierra.
-Pas de danger -respondía la joven que en su permanencia en el colegio había hecho recopilación de las expresiones más puras del idioma francés.
-¡Desnúdese! -le repetían los de la costa.
-Il ne manque plus que ça -respondía Virginia.
-¡Desnúdese, desnúdese! -continuaban las voces.
-J'ai bien autre chose a faire! -respondía la joven.
-¡Desnúdese, por la virgen santísima! -vociferaban sus amigos.
-Ah! mais, non par exemple! -contestaba la dócil y tierna doncella.
Cansado de rogar el gigante se echó al agua: el mar creció al recibir tamaño cuerpo.
Pablo, desesperado, trató de llegar a nado al buque, pero lo único que consiguió fue pelarse las rodillas y las narices contra las rocas.
Un momento después Virginia y su pudor desaparecieron de sobre cubierta.
¿Y Pablo? Fue sacado del mar, medio muerto y echando sangre por los oídos, por la boca y por cuanto conducto tenía.
¿Y Virginia? Yacía más linda que nunca y enteramente muerta sobre las arenas de la playa.
Los isleños la recogieron y al otro día la enterraron.
Al entierro asistieron todos los habitantes de la isla, inclusive el gobernador y los soldados, que hicieron a su cadáver (al de Virginia) honores fúnebres, como si se tratara del cuerpo de un coronel.
Los jóvenes de la isla querían que las enterraran vivas con el cadáver de la virtuosa doncella.
El gobernador se opuso a eso, fundándose en que muchas habían perdido lo que perdió a Virginia.
Así, pues lo único que se enterró con los restos de la virginal empecinada fue su castidad y algunas flores igualmente inocentes.Aquí debía concluir la novela, pero no concluye.
Pablo fue debidamente atendido, pero quedó mudo y bastante atontado. ¡Juzgue el lector cuál sería la situación de Pablo con esta nueva dosis de estupor que le sobrevino!Inútil es decir, que las madres, los negros, el viejo y Fiel fueron desagradablemente impresionados por tales sucesos.
Pongo en conocimiento del lector que el viejo tantas veces nombrado en esta lamentable historia, sólo figura en ella por hallarse presente. Jamás ha hecho cosa alguna que yo pueda narrar ¡pero el autor lo encuentra indispensable para el desarrollo del drama!
Margarita murió poco después.
Pablo, seguido del viejo, anduvo vagando mucho tiempo y recobró temporalmente el habla; dos o tres veces, dijo: "¡Virginia, Virginia!" con todas sus letras y se volvió a quedar mudo.
El viejo lo llevó al mercado (devuelvo al viejo su crédito puesto en duda en un párrafo anterior, en presencia de esta noble acción) lo llevó para ver si el movimiento de aquel centro comercial lo distraía; pero nada, más bien las penas del joven aumentaron al ver terneros, pollos y pescados muertos.
Por fin, él también murió y tuvo el gusto (dice el autor) de ser enterrado junto a su novia.
La madre de Pablo murió a su tiempo y Fiel no quiso ser menos.
Los negros tardaron más en verificar esa operación, pero tuvieron, por último, que decidirse a imitar a sus amos y al perro.
En cuanto a la tía, se supo en la isla que había pagado caras sus maldades: murió loca en un manicomio.
Lo único que quedó en la isla, como rastro de la existencia de aquellas familias, fue la ruina de sus habitaciones y algunas aves domésticas viejas, que, al verse abandonadas, se volvieron salvajes y carnívoras: gallina hubo que se convirtió en una verdadera pantera.
El viejo, empecinado en vivir, quedó también para contar esta triste historia.
Ya la ha contado más de cien veces (le redevuelvo su reputación de personaje importante), y todavía llora al oír su propio relato.


Claro de luna
Guy de Maupassant

El padre Marignan llevaba con gallardía su nombre de guerra. Era un hombre alto, seco, fanático, de alma exaltada, pero recta. Decididamente creyente, jamás tenía una duda. Imaginaba con sinceridad conocer perfectamente a Dios, penetrar en sus designios, voluntades e intenciones.
A veces, cuando a grandes pasos recorría el jardín del presbiterio, se le planteaba a su espíritu una interrogación: "¿Con qué fin creó Dios aquello?" Y ahincadamente buscaba una respuesta, poniéndose su pensamiento en el lugar de Dios, y casi siempre la encontraba. No era persona capaz de murmurar en un transporte de piadosa humildad: "¡Señor, tus designios son impenetrables!" El padre Marignan se decía a sí mismo: "Soy siervo de Dios; debo, por tanto, conocer sus razones de obrar, y adivinar las que no conozco."
Todo le parecía creado en la naturaleza con una lógica absoluta y admirable. Los principios y fines se equilibraban perfectamente. Las auroras se habían hecho para hacer alegre el despertar, los días para madurar el trigo, las lluvias para regarlo, las tardes oscuras para predisponer al sueño, y las noches para dormir. Las cuatro estaciones correspondían totalmente a las necesidades de la agricultura; y jamás el sacerdote sospecharía que no hay intenciones en la naturaleza, y que todo lo que existe, al contrario de lo que él pensaba, se sometió a las duras necesidades de las épocas, de los climas y de la materia.
Sin embargo, el padre Marignan odiaba a las mujeres, las odiaba inconscientemente y las despreciaba por instinto. Repetía casi siempre las palabras de Cristo: "Mujer, ¿qué hay de común entre tú y yo?" Y entonces añadía: "Se diría que el mismo Dios estaba descontento de aquella creación suya." Para él, la mujer era la criatura doce veces impura de que habla el poeta. Era el ser tentador que había arrastrado al pecado al primer hombre y que continuaba la obra infernal, el ente flaco, peligroso, misteriosamente perturbador. Y más aún, que su cuerpo de perdición detestaba a su alma amorosa.
En alguna ocasión había sentido esa ternura femenina envolviéndole, y aunque se supiese inexpugnable, se exasperaba ante la necesidad de amar que palpitaba incesantemente en tales criaturas.
En su opinión, la mujer sólo existía para tentar al hombre y probarlo. Nadie debería aproximarse a ella sin las precauciones defensivas y los recelos que se tienen ante las celadas. Y en verdad se parecía a una celada, de labios suplicantes y brazos abiertos, tendida al hombre.
El padre Marignan apenas tenía indulgencia para las religiosas, cuyo voto las hacía inofensivas; pero, a pesar de ello, las trataba con rudeza, porque sentía que, latente en el fondo de sus corazones enclaustrados, tenían aquella perpetua ternura, alcanzándolo a él, aunque fuese cura.
La presentía en aquellas miradas más húmedas de piedad que las de los frailes, en aquellos éxtasis donde se transparentaba siempre la mujer, en aquellos transportes de amor a Cristo que lo indignaban, porque en ellas todo era materia; veía la maldita ternura en la propia docilidad, en la dulzura de la voz cuando le hablaban, en los ojos puestos en el suelo, en las lágrimas resignadas, si él las reprendía con dureza.
Sacudía la sotana en las puertas del convento y salía de allí rápidamente como si huyese de un peligro.
Tenía el cura una sobrina que vivía con su madre en una casita próxima. Se le había metido en la cabeza hacer de ella una hermana de la caridad.
Era bonita, alegre y zalamera. Cuando el padre la reprendía se limitaba a reír, y cuando la regañaba de veras lo besaba con vehemencia, apretándolo contra su corazón, mientras el sacerdote, involuntariamente, procuraba deshacerse de aquel abrazo, que al mismo tiempo le proporcionaba una dulce alegría y despertaba en él la sensación de paternidad que yace en el fondo de todo hombre.
Muchas veces le hablaba de Dios, de su Dios, mientras caminaban por los campos; pero la joven no lo escuchaba y miraba el cielo, las hierbas, las flores, con una alegría de vivir que se le asomaba a los ojos. En algunas ocasiones corría para coger una mariposa, exclamando al traerla consigo: "Mire tío, ¡qué linda es! ¡Hasta siento deseos de besarla!" Y esta necesidad de besar insectos o flores encorajinaba, irritaba y revolvía al padre, que una vez más tropezaba con la enraizada ternura que germina siempre en el corazón femenino.
Pero un día, la mujer del sacristán, que cuidaba de las faenas domésticas de la casa del padre Marignan, le comunicó cautelosamente que su sobrina tenía un enamorado.
Sintió un asombro tan grande que quedó sofocado, sin poder hablar, con la cara llena de jabón, pues en aquel momento empezaba a afeitarse.
Tan pronto como se halló en estado de reflexionar y de poder pronunciar alguna palabra, exclamó:

-¡Está usted mintiendo, Melania! ¡Eso no es verdad!

Mas la campesina juró solemnemente:
-¡Que Nuestro Señor no me dé más de una hora de vida si yo le miento, señor cura! Ella se entrevista con él todas las noches después que su señora hermana está acostada. Se encuentran en las márgenes del río. Si quisiera verlos e ir allá, es entre las diez y la media noche.
El párroco dejó el afeitado de su cara y púsose a pasear de un lado para otro, como hacía siempre en las ocasiones de grave meditación. Cuando volvió a afeitarse, se cortó tres veces entre la nariz y la oreja.
Durante todo el día se mantuvo silencioso, lleno de indignación y de cólera; a su indignación de eclesiástico ante el invencible amor, se unía una exasperación de padre moral, de tutor, de director espiritual engañado, eludido por una criatura; esa cólera egoísta de los padres a quienes la hija anuncia que hizo sin ellos y sin su consentimiento la elección del marido.
Después de comer intentó leer un rato, pero no lo consiguió; se sentía cada vez más indignado. Al sonar las diez tomó el bastón, una enorme rama de árbol que llevaba siempre en sus caminatas nocturnas cuando iba a llevar los Sacramentos a algún moribundo. Contempló sonriendo la enorme garrota con sólido puño campesino mientras la agitaba amenazadoramente, y, de repente, la levantó y, con los dientes apretados, golpeó una silla, cuyo respaldo roto cayó al suelo.
Al abrir la puerta para salir, se detuvo sorprendido por la extraordinaria luz de la luna, bella como casi nunca suele verse.
Poseedor de un espíritu entusiasta, espíritu que todos los padres de la iglesia, esos poetas soñadores, deberían tener, se sintió repentinamente distraído de lo que tanto le preocupaba, impresionado por la grandiosa y serena belleza de la pálida noche.
En el jardincillo del presbiterio, bañado por suave luz, los árboles en flor alineados en filas dibujaban sobre el paseo sus sombras de frágiles ramos de hojas que nacían, en tanto la madreselva gigante, unida al muro de la casa, exhalaba deliciosos aromas como azucarados, que vagaban en la noche fresca y clara como un alma perfumada.
El párroco respiró hondo, bebiendo el aire como los ebrios beben vino, y fue caminando a pasos lentos, feliz, maravillado, olvidándose casi de la sobrina.
Cuando llegó al campo se paró para contemplar la llanura inundada por la luna acariciadora, sumergida en el encanto suave y lánguido de las noches serenas.
Las ranas lanzaban al espacio, incesantemente, sus notas cortas y metálicas, y ruiseñores lejanos dejaban oír una música que provocaba los sueños y no obligaba a pensar; esa música leve y vibrante que parece creada para los besos, bajo la seducción de la luna.
El cura continuó su camino con el corazón turbado sin que supiese el porqué. Sentíase de repente débil y agotado; tenía deseos de sentarse, de quedarse allí a contemplar y admirar a Dios a través de su obra.
A lo lejos, siguiendo las ondulaciones del riachuelo, serpenteaba la línea extensa de los chopos. Una neblina fría, un vapor blanco que atravesaban los rayos de luna, tornándolo plateado y brillante, estaba suspendido alrededor y encima de sus márgenes y envolvía el curso tortuoso de las aguas en una especie de algodón leve y transparente.
Una vez más se detuvo el padre Marignan, empapado hasta el fondo de su alma de un enternecimiento creciente, irresistible. Y una vaga inquietud lo iba invadiendo; sentía nacer dentro de sí una de sus habituales interrogaciones:

¿Con qué fin había creado Dios semejante noches? Pues, si estaban destinadas al sueño, a la inconsciencia, al reposo, al olvido de todo, ¿para qué hacerlas más bellas que los días, más dulces que las auroras y las tardes? Y ¿por qué razón ese astro lento y seductor (más poético que el sol y que parece destinado, de tal manera es discreto, a iluminar cosas demasiado deliciosas y misteriosas para la luz del día) transformaba las tinieblas en transparencia?
¿Por qué razón el más hábil de los pájaros cantores no descansaba como los otros y se hacía oír en la sombra perturbadora?
¿Para qué envolvía el mundo aquel fino velo?
¿Y porqué los estremecimientos del corazón, la emoción del alma y la languidez del cuerpo?
¿A quién estaba destinado aquel desdoblar de encantos que los hombres no contemplaban, porque reposaban en sus lechos?
¿Para quién, entonces, ese espectáculo sublime, esa abundancia de poesía lanzada del Cielo a la tierra?
Y el párroco no encontraba explicación. Pero he aquí que distantes, a la orilla del prado, bajo la bóveda de los árboles húmedos y brillantes de rocío, habían aparecido dos sombras caminando muy unidas.
El hombre era más alto e iba abrazado al cuello de su compañera; de vez en cuando la besaba en la cabeza. Sus figuras eanimaron de repente el paisaje inmóvil que los rodeaba como un marco divino creado para ellos.
Se diría que no eran más que un solo ser para quien se destinaba aquella tranquila y silenciosa noche; venían en dirección al sacerdote como una respuesta viva, la respuesta que el Señor concedía a su pregunta.
Él continuó allí con el corazón palpitante, turbado, imaginando ver una escena bíblica como los amores de Ruth y Booz o la realización de un designio de Dios en uno de aquellos grandes cenáculos de que hablan las Escrituras. Se acordó de los versículos del Cantar de los cantares, de las llamadas de amor, de todo el calor de ese poema ardiente de ternura.
Y se dijo a sí mismo: "Tal vez Dios hiciese estas noches para velar de ideal los amores de los hombres."
Iba retrocediendo frente a la abrazada pareja que avanzaba siempre. Era la sobrina, sin duda. Sin embargo, el sacerdote se preguntaba a sí mismo si no iría él a desobedecer a Dios. Pues, ¿no era que Dios permitía el amor al rodearlo de un esplendor así?
Y el cura huyó, desorientado, casi con vergüenza, como si acabase de penetrar en un templo en el que no tuviera derecho de entrar.

Atala

Un joven francés desilusionado, René, se ha unido a una tribu india y se casó con una mujer llamada Céluta. En una expedición de caza, una noche de luna, René le pregunta Chactas, el anciano que lo adoptó, al relatar la historia de su vida.
A la edad de diecisiete años, el Natchez Chactas pierde a su padre durante una batalla en contra de los Muscogees . Huye de San Agustín, Florida , donde se crió en la casa de los López español.Después de 2 años y medio, se pone en marcha para el hogar, pero es capturado por los Muscogees y los Seminoles. Las oraciones principales Simagan que sea quemada en su pueblo.
Las mujeres se apiadara de él durante las semanas de viaje, y cada noche le traen regalos. Atala, la hija cristiana de media casta de Simagan, trata en vano de ayudarle a escapar. A su llegada a Apalachucla, sus bonos se soltó y él se salva de la muerte por su intervención. Huyen y vagar por el desierto durante 27 días antes de ser atrapado en una tormenta enorme. Mientras ellos se han refugiado, dice Atala Chactas que su padre era López, y se da cuenta que ella es la hija de su benefactor antiguo.
Los rayos caen sobre un árbol cercano por, y se ejecutan al azar, antes de escuchar una campana de la iglesia. Encontrarse con un perro, son recibidos por su propietario, Pere Aubry, y les lleva a través de la tormenta a su misión idílico. La bondad de Aubry y la fuerza de la personalidad de impresionar a Chactas en gran medida.

Atala se enamora de Chactas, pero no puede casarse con él como lo ha hecho voto de castidad. En la desesperación que lleva veneno. Aubry asume que ella no es más que malos, pero en la presencia de Chactas revela lo que ha hecho, y Chactas se llena de rabia hasta que el misionero les dice que, de hecho, el cristianismo permite la renuncia de los votos. Le tienden, pero ella muere, y el día después del funeral, Chactas toma el consejo de Aubry y sale de la misión.
En el epílogo, se revela que Aubry fue asesinado más tarde por los cherokees , y que, de acuerdo a la nieta de Chactas, ni René ni los Chactas de edad sobrevivió a una masacre durante un levantamiento. La relación completa de las andanzas de Chactas después de la muerte de Atala, en Les Natchez , da una versión algo diferente de su destino
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