El Romanticismo
El paisaje y la naturaleza dejan de ser meros decorados en los que ocurrirán los hechos, para convertirse en fieles reflejos de la interioridad del artista. A esta desazón romántica conviene un paisaje desaforado, violento, salvaje, misterioso... (Cementerios nocturnos, lugares abandonados..).
A finales del siglo XVIII hasta el siglo
XIV se da un movimiento cultural el cual comienza en Alemania e Inglaterra y se
va extendiendo por toda Europa. Dicho movimiento sobrepasa los límites
cronológicos establecidos y se extiende hasta nuestros días.
Características del
Romanticismo.
1.
Rechazo al Neoclasicismo. Frente al escrupuloso rigor y orden con que,
en el siglo XVIII, se observaron las reglas, los escritores románticos combinan
los géneros y versos de distintas medidas, a veces mezclando el verso y la
prosa; en el teatro se desprecia la regla de las tres unidades (lugar, espacio
y tiempo) y alternan lo cómico con lo dramático.
2.
Subjetivismo. Sea cual sea el género de la obra, el alma exaltada del
autor vierte en ella todos sus sentimientos de insatisfacción ante un mundo que
limita y frena el vuelo de sus ansias tanto en el amor, como en la sociedad, el
patriotismo, etc. Hacen que la naturaleza se fusione con su estado de ánimo y
que se muestre melancólica, tétrica, misteriosa, oscura... a diferencia de los
neoclásicos, que apenas mostraban interés por el paisaje. Los anhelos de amor
apasionado, ansia de felicidad y posesión de lo infinito causan en el romántico
una desazón, una inmensa decepción que en ocasiones les lleva al suicidio, como
es el caso de Mariano José de Larra.
3.
Atracción por lo nocturno y misterioso. Los románticos sitúan sus
sentimientos dolientes y defraudados en lugares misteriosos o melancólicos,
como ruinas, bosques, cementerios... De la misma manera que sienten atracción
hacia lo sobrenatural, aquello que escapa a cualquier lógica, como los
milagros, apariciones, visiones de ultratumba, lo diabólico y brujeril...
4.
Fuga del mundo que los rodea. El rechazo de la sociedad burguesa en la
que les ha tocado vivir, lleva al romántico a evadirse de sus circunstancias,
imaginando épocas pasadas en las que sus ideales prevalecían sobre los demás o
inspirándose en lo exótico. Frente a los neoclásicos, que admiraban la
antigüedad grecolatina, los románticos prefieren la Edad Media y el
Renacimiento. Como géneros más frecuentes, cultivan la novela, la leyenda y el
drama histórico.
Temas románticos
·
Egocentrismo: El alma
del hombre es su enemigo interior, identificable con una obsesión incurable por
lo imposible, que priva del goce de la vida al individuo y hace que ésta le sea
adversa. El alma romántica no es dada desde fuera al individuo, sino que éste
la crea cuando tiene conciencia de sus sentimientos. Convierte al individuo en
singular y universal, de modo que el Universo sólo es posible concebirlo
partiendo del conocimiento de sí mismo, pues el hombre es la imagen del
Macrocosmos. Este egocentrismo en gran parte , el Yo es la única realidad
existente, pues "no hay más objetos que aquellos de los cuales tienes
conciencia. Tú mismo eres tu propio objeto". Por tanto sólo el Yo es real,
es el absoluto, y la poesía permite hacer sensible y comunicativa esta
experiencia en tanto que es representación del alma y representación del mundo
interior en su totalidad. El poeta es alma y universo. Este egocentrismo
romántico tiene sus raíces en la filosofía kantiana y en el idealismo
trascendental. Kant llevó el centro de gravedad de la filosofía hacia el
interior del propio hombre y valoró el sentimiento para el acto del conocer. Y
Schelling, con su filosofía de la naturaleza dio salida a la circularidad
destructora de Fichte, pues el mundo entero se le acababa convirtiendo en un
espejo que eternamente le presentaba al yo su propia soledad.
·
Schelling liberaba al
hombre de encontrarse a sí mismo y sólo a sí mismo en todas partes. Admite la
existencia de un mundo exterior opuesto al mundo interior (Yo). La intuición
realiza la síntesis entre el Uno ("yo") y el Todo (la naturaleza). El
Yo, el Uno se acerca a ese mundo externo para dialogar con él, coexistir con él
y reconciliarse con él. El sujeto cree en una visión de algo que está más allá
de la cosa, que puede percibir gracias a una intuición esencial en un ámbito de
libertad.
·
La Libertad: El reino
de la libertad absoluta es el ideal romántico, el principio de toda ética
romántica: libertad formal en el arte, entendida como necesidad del individuo
para explorarse y explorar el mundo exterior, y para lograr la comunicación del
Uno con el Todo, en una marcha progresiva hacia el infinito. El romántico se
concibe como un ser libre, el cual se manifiesta como un querer ser y un
buscador de la verdad. No puede aceptar leyes a ninguna autoridad. Muchos
románticos heredaron la crisis de la conciencia europea que la Ilustración
provocó al cuestionar, en nombre de la razón, los dogmas religiosos.
·
El amor y la muerte:
El romántico asocia amor y muerte, como ocurre en el Werther de Goethe. El amor
atrae al romántico como vía de conocimiento, como sentimiento puro, fe en la
vida y cima del arte y la belleza. Pero el amor acrecienta su sed de infinito.
En el objeto del amor proyecta una dimensión más de esta fusión del Uno y el
Todo, que es su principal objetivo. Pero no alcanzará la armonía en el amor. El
romántico ama el amor por el amor mismo, y éste le precipita a la muerte y se
la hace desear, descubriendo en ella un principio de vida, y la posibilidad de
convertir la muerte en vida: la muerte de amor es vida, y la vida sin amor es
muerte. En el amor se encarna toda la rebeldía romántica: "Todas las
pasiones terminan en tragedia, todo lo que es limitado termina muriendo, toda
poesía tiene algo de trágico" (Novalis).
·
La religión de los
románticos: Las posturas románticas acerca de la religión son variadas. No
obstante, en general la creencia no la fundan los románticos en ninguna norma
establecida, en ninguna moral instituida, sino en un sentimiento interior y en
una intuición esencial de lo divino que conduce a una unión mística con Dios.
Lo que hay de esencialmente nuevo en la religión de los románticos, sobre todo
en Alemania, es este sentimiento interior. El intercambio o comunicación entre
el individuo y el universo denota una vida superior, y la primera condición de
la vida moral. La conciencia de pertenecer a un todo, de formar parte de él
desde la propia individualidad, conlleva una responsabilidad moral. Para todos
los románticos no existe Dios fuera del mundo y del hombre, y debemos actuar
motivados por el entusiasmo y el amor ("sintiéndose lleno de Dios",
F. Schlegel), una comunicación directa entre el hombre y la naturaleza, el
hombre y Dios, el Uno y el Todo.
La literatura romántica, una literatura en la
que la libertad se dio en todos los sentidos, con creatividad sin necesidad de
reglas, así como una libertad de espacio, buscando la soledad. Esta literatura
abarcó todos los géneros encontrando así su expresión en la poesía, el teatro,
la novela pero también renovó todos los géneros, como la historia, la música y
la crítica, extendiéndose así mismo al campo de las bellas artes. Además no
solo exalta el yo personal, si no también el yo colectivo, "la religión de
la patria". Surge así el interés y el gusto por las leyendas y
tradiciones, de ahí su predilección por el Medioevo, por lo popular y por todo
lo que encarna más vivamente el espíritu nacional.
La lírica romántica
Es un reflejo de la literatura de la
época, en el sentido de que los TEMAS que toca son la reivindicación de la
libertad, la subjetividad, la exaltación del “yo” y el ansia de realización del
individuo en una sociedad no burguesa (lo que le lleva al mayor desprecio de
las normas, del dinero y de la vida y a ser más generoso).
El paisaje y la naturaleza dejan de ser meros decorados en los que ocurrirán los hechos, para convertirse en fieles reflejos de la interioridad del artista. A esta desazón romántica conviene un paisaje desaforado, violento, salvaje, misterioso... (Cementerios nocturnos, lugares abandonados..).
Juan Antonio Pérez Bonalde
Este ilustre poeta venezolano, fue Masón
Grado 18°, Demostró cariño por la institución, hizo gran labor cultural dentro
las Logias y es citado en las publicaciones masónicas, como un liberal de
fuerte sentimiento nacionalista.
Juan Antonio Pérez Bonalde, nació en
Caracas en 1846, hijo de Juan Antonio Pérez y Gregoria Bonalde. La violencia
política de la época, obligó a la pequeña familia a buscar refugio en Puerto
Rico. En esa Isla discurrió la infancia del vate. Tuvo buenos maestros,
logrando gran cultura humanística y musical. Aprendió a tocar piano,
interpretando a varios de los clásicos más conocidos.
Junto con su familia regresó a Venezuela
en plena juventud. Fundó periódicos de oposición en compañía de Nicanor Bolet
Peraza. Estaba entonces en el gobierno el General Antonio Guzmán Blanco, quien
no obstante su formación masónica, se sintió fastidiado por las críticas de
Pérez Bonalde, al cual para silenciarlo lo mandó al destierro.
Pérez Bonalde estuvo exilado en Nueva
York. Para ganarse la vida trabajó como agente vendedor de una firma comercial.
El destierro enseñó al poeta la importancia de aprender idiomas. No sólo
estudió inglés, alemán, francés, italiano y portugués, sino hasta sueco y
holandés.
Fue un incansable viajero. Recorrió por
casi toda Europa y estuvo inclusive en las selvas del África. Dicen que en una
partida de casería en el continente negro, estuvo a punto de ser devorado por
un león.
En sus andanzas por los Estados Unidos y
Europa, hizo amistad con grandes figuras intelectuales y con prestigiosos
dirigentes de la masonería. Fue amigo de Santiago Pérez Triana, Roberto de
Narváez y del héroe cubano José Martí.
Pérez Bonalde se casó en los Estados
Unidos con una muchacha de singular belleza, en quien tuvo una hija, que fue
bautizada con el nombre de Flor, cuya muerte prematura le produjo intenso
dolor, escribiendo en su memoria un poema inolvidable.
La nostalgia de Venezuela, le hizo
emprender el regreso en 1890. Su vida estuvo llena de penalidades y desengaños.
Falleció en La Guaira el 4 de octubre de 1892.
Su obra poemática es vasta y de
extraordinaria calidad. "La Vuelta a la Patria", "Flor" y
"El Poema del Niágara", son sin duda sus versos más conocidos. Rufino
Blanco Fombona, ese excelso escritor masón, fue uno de los apologistas del
bardo caraqueño, cuyos restos fueron trasladados al Panteón Nacional el 14 de
febrero de 1946.
Para los masones es un motivo de
orgullo, el haber contado en sus filas, con un literato de tan elevados
quilates, honesto, batallador y con un amor profundo por la libertad.
Uno de sus poemas mas conocidos es el
poema flor realizado porque en 1883
muere su hija Flor en forma inesperada. Conmovido por ese inmenso dolor escribe
el poema .
I
Flor se llamaba: flor
era ella,
flor de los valles en
una palma,
flor de los cielos en
una estrella,
flor de mi vida, flor
de mi alma.
Era más suave que
blando aroma;
era más pura que
albor de luna,
y más amante que una
paloma,
y más querida que la
fortuna.
Eran sus ojos luz de
mi idea;
su frente, lecho de
mis amores;
sus besos eran dulzura
hiblea,
y sus brazos, collar
de flores.
Era al dormirse tarde
serena;
al despertarse, rayo
del alba;
cuando lloraba, limbo
de pena,
y sus abrazos, collar
de flores.
Era al dormirse tarde
serena;
al despertarse, rayo
del alba;
cuando lloraba, limbo
de pena;
cuando reía, cielo
que salva.
La de los héroes
ansiada palma,
de los que sufren, el
bien no visto,
la gloria misma que
sueña el alma
de los que esperan en
Jesucristo.
Era a mis ojos
condena odiosa
si comparada con la
alegría,
de ser el vaso de
aquella rosa,
de ser el padre de la
hija mía.
Cuando en la tarde
tornaba al nido
de mis amores,
cansado y triste,
con el inquieto
cerebro herido
por esta duda de
cuanto existe.
Su madre tierna me
recibía;
con ella en brazos,
yo la besaba..
. ¡Y entonces... todo
lo comprendía
y al Dios sentido
todo lo fiaba!...
¿Que el mal impera?
¡Delirio craso!
¿Que hay hechos
ruines? ¡Error profundo!
¿No estaba en ella
mirando acaso
la ley suprema que
rige al mundo?
¡Ah, cómo ciega la
dicha al hombre!
¡Cómo se olvida que
es rey el duelo,
que hay desventuras
sin fin ni nombre
que hacen los puños
alzar al cielo!...
¡Señor!, ¿existes?
¿Es cierto que eres
consuelo y premio de
los que gimen,
que en tu justicia
tan sólo hieres
al seno impuro y al
torvo crimen?
Responde, entonces:
¿por qué la heriste?
¿Cuál fue la mancha
de su inocencia?
¿Cuál fue la culpa de
su alma triste?
¡Señor!, respóndeme
en la conciencia.
Alta la llevo
siempre, y abierta,
que en ella negro
nada se esconde;
la mano firme llevo a
su puerta,
inquiero... y ¡nada,
nada responde!
Sólo del alma sale un
gemido
de angustia y rabia,
y el pecho, en tanto,
por mano oculta de
muerte herido,
se baña en sangre, se
ahoga en llanto.
Y en torno sigue la
impía calma
de este misterio que
llaman vida,
y en tierra yace la
flor de mi alma
¡y al lado suyo mi fe
vencida!
II
¡Allí está! Blanca,
blanca,
como la nieve virgen
que el potente
viento del Norte de
la cumbre arranca;
como el lirio que
troncha mano impía
orillas de la fuentes
que en reflejar su
albura se engreía.
¡Allí está!... La
suave
primavera pasó; pasó
el verano,
y la estación poética
en que el ave
y las hojas se van;
retornó el cano,
pálido invierno, con
su alegre arreo
de fiestas y niños, y
aún la veo
y la veré por
siempre... Allí está..., fría
entre rosas tendida,
como ella
blancas y puras y en
botón cortadas
al despuntar el
día...
¡Ay! En la hora
aquella,
¿dónde estaban las
hadas
protectoras del niño
que no vinieron con
la clara estrella
de su vara de armiño
a tocar en la fernte
a la hija mía,
a devolver la luz a
aquellos ojos
y a arrancar de mi
pecho los abrojos
de esta inmensa
agonía,
de este dolor eterno,
de esta angustia
infinita, fatal,
inmensurable;
de este mal
implacable,
que deja el alma mustia
para siempre jamás,
que nada alcanza
a mitigar en este
mundo incierto?
¡Nada! Ni la
esperanza
ni la fe del creyente
en la ribera nueva,
en el divino puerto
donde la barca que
las almas lleva,
habrá de anclar un
día;
ni el bálsamo
clemente
de la grave, inmortal
filosofía;
ni tú misma, doliente
inspiración, divina
poesía,
que esta arpa de
lágrimas me entregas
para entornar el
salmo de mi duelo...
Tú misma, no, no
llegas
a calmar mi dolor...
¡Abrase el cielo!
¡Desgájese la gloria
en rayos de oro
sobre mi frente..., y
desdeñosa, altiva,
de su mal sin
consuelo
al celestial tesoro
el alma mía cerrará
su puerta;
que ni aquí ni allá
arriba,
en la región abierta
de la infinita bóveda
estrellada,
nada hay más grande,
nada
más grande que el
amor de mi hija viva,
¡más grande que el
dolor de mi hija muerta!
Novela Romántica
Características de la Novela Romántica.
1.
El idilio como elemento estructurante de la acción
Toda novela es narración o descripción de un
dinamismo humano. A veces los
personajes se mueven por intereses, por intrigas, por ideales históricos o
sociales. Los personajes de la novela romántica son movidos por el amor.
2.
La naturaleza como marco del idilio.
En la novela no sólo hay personajes que
actúan. Hay un escenario en el que se desenvuelve la acción.
3.
Idealización del paisaje
El paisaje que se nos brinda en la novela
romántica no se brinda como lo ven los ojos sino como lo ve el corazón. Por esa
subjetivación del paisaje hay que hablar de un paisaje “idealizado”
4.
Identificación del paisaje.
De por sí el paisaje es un elemento carente
de sensibilidad e indiferente al acontecer de los personajes que en él se mueven. Sin embargo, en el Romanticismo el paisaje está
“humanizado”; vive las incidencias de los enamorados.
5.
El color local
Si no en todas las novelas románticas, si en
muchas (sobre todo en la novela romántica americana) el ambiente de la novelan
es de carácter local o regional. De esta manera, ya en la novela romántica, hay
anticipos de lo que va a ser el
Costumbrismo y el Nativismo como
derivaciones románticas.
6.
Exaltación del YO.
El “Yo” del artista siempre se refleja en la
obra artística romántica. Fácilmente el autor se confunde con el Protagonista;
por esta razón, se narra en primera persona.
7.
Presencia de elementos autobiográficos.
El autor romántico introduce en su obra
muchos elementos y aspectos de su propia vida. Hay numerosos detalles
biográficos pasados a los protagonistas de sus obras.
8.
Exotismo romántico.
El romántico se escapa a lugares extraños;
vuelve su mirada sobre países, paisajes y ambientes remotos o lejanos; le sirve
como de escape.
Los autores suelen intercalar, en sus narraciones o poemas, relatos
exóticos: también intercalan formas de lenguaje, alusiones y comparaciones
referidas a otros lugares, (Asia, África…)
9.
Temas y recursos románticos.
El
Romanticismo se basa en cuatro temas fundamentales: el amor, la naturaleza,
muerte y el aspectos religiosa cristiano: Todo esto está maravillosamente
entrelazado en Novela Romántica.
Igualmente, en el Romanticismo,
están presentes algunos recursos “originales”: El pájaro negro, la lluvia, las
campanadas de la torre, el silbido del viento, la luna, etc…
Novela
Románticas
María
Enmarcada por la espléndida geografía del
Valle del Cauca, en épocas pasadas floreció la hacienda «El Paraíso». Allí,
rodeados por la bondad de sus padres y tíos, crecieron dos jovencitos de
nombres Efraín y María, primos hermanos, quienes desde su más tierna infancia
se hicieron inseparables compañeros de juego y alegría. Muy pronto, sin embargo,
el camino de los dos primos se separó.
Efraín, alcanzada la edad necesaria para
emprender una sólida educación, fue enviado por sus padres a la ciudad de
Bogotá, en donde, tras seis anos de esfuerzo, consiguió coronar sus estudios de
bachillerato.
María, entre tanto, lejana ya las delicias de
la infancia, se había convertido en una bellísima muchacha, cuyas dotes y
hermosura encandelillaron al recién llegado bachiller.
Ciertamente la sorpresa del muchacho fue
compartida. También María se sintió vivamente Impresionada ante las maneras y
el porte de su primo, y aquella mutua admiración dio tránsito a un vehemente
amor que se apoderó de sus corazones, sin que ellos mismos pudieran
comprenderlo o sentirlo.
El cariño de los jóvenes progresó dulcificado
por las bondades de su medio y muy pronto, a pesar de que ellos quisieron
ocultarlo, los ojos de sus mayores recabaron en este mutuo afecto. Entonces,
una sombra dolorosa se interpuso entre los dos enamorados.
Los padres de Efraín, quienes abrigaban un
vivísimo amor por su sobrina, no podrían olvidar una penosa circunstancia .que
señalaba indefectiblemente su destino. Tal como su madre, muerta bastante
tiempo atrás. Marta daba muestras de padecer una dolorosa enfermedad. Aquella
dolencia, que llevara a la muerte a quienes la padecieran, tarde o temprano,
empezaba a notarse en el semblante juvenil de la muchacha. Ningún alivio era
suficiente, y aunque el ánimo de los buenos señores se inclinara favorablemente
al amor de los muchachos, la posibilidad, casi indudable, de la muerte temprana
de María, los obligaba a oponerse.
A pesar de ello, sus acciones no revistieron
crueldad o torpeza. Todo lo contrario, el padre llamó a Efraín a su lado y sin
mostrar señal alguna de su íntima determinación, lo instó a viajar a la lejana
Europa a fin de adelantar estudios superiores de medicina. Aquella solicitud
conturbó el ánimo de la enamorada, quien veía con profundo pesar la forzosa
distancia que entre los dos pudiera interponerse.
Sin embargo, la voluntad paterna fue
determinante y tras una serie de obstáculos y aplazamientos que llenaron de
felicidad el corazón de los amantes, Efraín enderezó sus pasos rumbo a Londres.
El dolor de los primeros tiempos de separación fue mitigado por las incontables
cartas que los muchachos se enviaban.
Muy pronto, Efraín resintió las dilaciones y
tardanzas de su amada. Y cuando esta situación más lo mortificaba y ofendía,
supo por boca de un amigo recién llegado a Inglaterra, que la joven María había
sido postrada por una dolorosa enfermedad que la amenazaba cruelmente y que
requería su presencia. Inauditos fueron entonces los dolores de Efraín tratando
de encontrar vías inmediatas para su desplazamiento desde Europa.
Las enormes distancias y la lentitud de los
transportes se erigía como otras tantas lanzas que mortificaban su corazón.
Días y días se sucedían, sin que la añorada patria asomara en el horizonte.
Llegaron después tas penalidades de la travesía de ríos y montanas, los
accidentes, las lluvias, la crueldad de la naturaleza que inconmovible asistía
a los agónicos esfuerzos del enamorado. Cuando ya Efraín consiguió descabalgar
en tierras de «El Paraíso» y saludó emocionado a sus padres, por el semblante
de aquellos adivinó la verdad: sus esfuerzos fueron vanos.
La amada no pudo aguardar su llegada y con su
nombre entre los labios falleció.
La desesperación de Efraín lo condujo hasta
el pie de la tumba de María, en donde los recuerdos de las alegrías pasadas que
la llevaron hasta la postración. Finalmente, incapaz de soportar la vida en
medio del maravilloso valle que fuera escenario de su amor y que lo inundaba
cada instante con su alud de recuerdos y emociones, Efraín decidió abandonar
para siempre la tierra de sus mayores y se adentró en lo desconocido.
Pablo
y Virginia
Una joven de familia distinguida se enamora
en Francia de un hombre honrado, de mediana condición, llamado La Tour; se casa
con él; esto desagrada a la familia de la mujer. El marido, disgustado del
accidente, decide ausentarse y se traslada a una isla donde existe una colonia
francesa; deja allí a su mujer y se va a negociar al extranjero. Muere antes de
volver a la isla, quedando su mujer con una hija no nacida aún, por toda
herencia; esto se debió a que en el país había abogados; es decir: se debió a
que había abogado la reducción de la herencia, no el hecho de haber quedado la
señora en cinta.
La pobre viuda se encuentra abandonada en la
isla; busca un terreno y se instala. Por lo visto, el terreno era sumamente
barato en aquel paraje.Como vecina encuentra a una señora llamada
Margarita, que se hallaba en idénticas circunstancias según el autor;
totalmente diferentes, según lo verá el lector.En efecto, Mme.
- La Tour era de familia noble.
- Margarita no lo era.
- Mme. La Tour era casada.
- Margarita no lo era.
- El señor La Tour era marido y de mediana condición.
- El señor seductor de Margarita era amante y sin condición.
- El señor La Tour se murió.
- El otro señor no se murió por aquel entonces.
- Mme. La Tour estaba embarazada de una niña.
- Margarita de un niño.
El autor encuentra que todas estas
circunstancias son idénticas. ¡Dios lo bendiga!
Había por allí, además, un vecino viejo y dos
sirvientes negros de diverso sexo. Les ruego no creer que el viejo fuera
neutro.¿Cómo dividir el terreno de las nuevas
vecinas, sin que hubiera cuestión de límites? El viejo echó a la suerte el caso
y la cara y el castillo dieron los títulos de propiedad de los terrenos.
En ellos se construyó dos cabañas separadas,
pero próximas.
Margarita dio a luz un niño; le llamaron
Pablo, y se plantó un árbol.
Mme. La Tour dio a luz una niña; la llamaron
Virginia, y se plantó otro árbol.
Era evidente que los árboles representarían
en adelante la edad de los niños en caso de no secarse (los árboles).
Las dos mujeres vivieron en santa paz sin
murmurar del prójimo. ¡Es necesario ir a las islas para presenciar tales
fenómenos!
Los dos negros se casaron, pero la negra no
dio a luz nada, razón por la cual no plantaron otro árbol.
El método de vida de estas gentes, era muy
sencillo: comían y se bañaban juntas, pero dormían separadas.Iban a misa a la aldea vecina, juntas, pero
rezaban separadas.El viejo las visitaba a todas juntas.
Pablo y Virginia crecieron y aprendieron a
hablar; desde este último suceso se llamaron hermanos.¡Uno se queda sorprendido de que no se
hubieran dado tal nombre antes de saber hablar!
Pablo se ocupaba de los juegos y trabajos
propios de su edad y de su sexo. Virginia hacía respectivamente otro tanto. ¡He
ahí un nuevo fenómeno singularísimo!
Pablo quería mucho a Virginia y ésta a Pablo.
Siempre andaban juntos: ¿por qué no andarían de preferencia con el viejo?Había además un perro; se llamaba Fiel; ¡esto
es un pleonasmo!Cualquiera que tenga relaciones con un perro,
sabe que es fiel, aunque no se llame tal.Me parece inútil decir que las dos familias y
el viejo eran felices. Comían, dormían, paseaban, jugaban y no pagaban
contribución directa.
Nada tenían que reprocharse, ni una falta, ni
un crimen, ni un pecado venial, salvo el original. A nadie hacían daño; ni
carne comían por no matar animales, pues no se atrevían a comerlos vivos.
Tomaban leche, se alimentaban de verduras y
huevos y habrían dejado a salvo estos últimos, si hubieran sospechado que de
ellos salían los pollos.
Fiel, por su parte, no hacía tales
distinciones y a pesar de su inmenso amor a la familia, no participaba de sus
opiniones respecto al régimen alimenticio.
Un día que las dos madres habían ido a misa,
llegó a las cabañas una negra esclava, flaca y hambrienta.
Pablo y Virginia le dieron de comer. ¡Esto es
lo que se llama ser oportunos!
En seguida la negra les contó que su amo le
pegaba y la tenía en ayunas, que ella se había escapado y que si volvía, su
verdugo la mandaría matar.Júzguese del horror de los hermanos al oír el
verbo matar, ellos que vivían en perpetua semana santa por no matar una
gallina.
Como tenían buen corazón, se decidieron a
interceder por la negra y emprendieron a pie un viaje de cinco leguas con su
protegida. Llegaron a la hacienda del amo de ésta e intercedieron; el amo
perdonó a la negra, pero miró a Virginia con unos ojos... ¡ah! ¡qué ojos!Virginia se asustó: ¡la inocencia,
naturalmente!...
Y no era que no hubiera motivo para mirar a
Virginia con ojos de hacendado; la mocita tenía ya sus trece años, era
redondita, blanca, graciosa, bonita y tenía un famoso desenvolvimiento de
caderas en que Pablo no había fijado su atención.
Verdad es que Virginia era hermana de Pablo y
es sabido que las hermanas nunca tienen caderas.
Pablo y Virginia se retiraron a su cabaña y
se perdieron en el camino, a causa del susto que llevaba la jovencita.Llegaron a un río.-Yo no paso -dijo Virginia.
Pablo la cargó a babucha y pasaron. A pesar
del gusto que tuvo Pablo, llegó cansado a la otra orilla. ¡Es que los
sentimientos tienen su límite!
Continuaron su camino con los pies lastimados
y sin esperanza de llegar. La noche avanzaba; los hermanos temblaban de miedo y
se pusieron a gritar; el único que les respondió fue el eco que, como se sabe,
repite las últimas sílabas.
-¡Socorro! -decía Pablo.- Corro, decía el
eco.
-Bendito sea Dios -gritaba inoportunamente
Virginia-. Adiós -repetía el eco burlón.
-Vengan pronto -exclamaba Pablo. -Tonto,
contestaba el eco, permitiéndose cambiar una letra.De repente los perdidos oyeron un ladrido:
era el de Fiel. "Ahí está el negro" dijo Pablo, aun cuando el negro
no sabía ladrar, y bien pronto se encontraron reunidos con el sirviente.-¿Cómo nos has encontrado? -le preguntaron.
-Vaya -les contestó el negro-, hice oler vuestras
ropas a Fiel y me ha entendido como si fuera un hombre.Fiel afirmaba con la cola que era cierto.
-Los he buscado como si fueran agujas -añadió
el negro-. Fiel ha seguido la pista y me ha conducido hasta la hacienda a donde
fueron a pedir merced para la negra; allí he visto a la pobre en la tortura:
¡buen modo de perdonar había tenido el patrón!
Virginia sospechó que no era bastante un
viaje de cinco leguas para dominar las pasiones de un hacendado.
Domingo, así se llamaba el negro, hizo fuego,
preparó la cena y estaban en lo mejor de ella los viajeros, cuando vieron un
grupo de negros que avanzaba: eran paisanos de la esclava castigada y
reconociendo a sus protectores, quisieron premiarlos llevándolos en angarillas
hasta las cabañas donde las madres los esperaban desoladas.
La vida de estas familias, evangélicamente
inocentes, siguió deslizándose por la senda de la felicidad. Desgraciadamente,
eso no duró mucho.
Virginia cambió de carácter: andaba triste,
soñadora y se ruborizaba al ver a Pablo; éste no comprendía una palabra del
asunto; solamente infería que su hermana no lo quería tanto, pues no se dejaba
abrazar ni besar como antes.
La madre de Virginia se dio a pensar, por
aquella época, en que convenía separar a su hija de Pablo y habló a éste de un
viaje a la India.
-Yo no voy a la India -respondió Pablo.
-Está bien, joven obediente -repuso Mme. La
Tour-, no vayas.
Virginia continuaba soñando y haciendo
rarezas. Una carta de Francia llegó a manos de Mme. La Tour: era de una tía de
Virginia, rica como Creso y mala como una avispa; en la carta pedía que le
mandaran a Virginia.
La noticia se esparció por la isla y el
gobernador y demás habitantes tomaron cartas en el juego.
Para Virginia se establecía este dilema: dejo
a Pablo y tengo fortuna, o no tengo fortuna y no dejo a Pablo. Ella se
inclinaba a lo último, pero las madres, los vecinos y el gobernador opinaban
por lo primero.
Pablo se desolaba, mas nadie le hacía caso.
En fin, tras de mil vacilaciones, embarcaron
a Virginia, sin que lo supiera Pablo, quien renegó mucho, lloró mucho y se pasó
tres días mirando al mar.
En Francia la tía metió a la sobrina en un
convento y la quiso casar con un viejo rico. Virginia se negó a ello y llevó,
durante su permanencia, una vida de perros.
En la isla no lo pasaban mejor. Pablo estaba
sorprendentemente flaco y no cuidaba el jardín. No habían recibido noticias
directas de Virginia, pero esto no les sorprendía porque la joven no sabía
escribir. Un día por fin recibieron una carta de su puño y letra ¿cómo supieron
que era de su puño y letra?... ¡ah... en las islas!
Pablo se puso a aprender a escribir para
contestarle, y al fin de seis meses envió a su hermana nominal una plana llena
de curiosos detalles y cuyos últimos renglones contenían repetida cien veces la
palabra ven.
La tía, cansada de la obstinación de su
sobrina, se decidió a devolverla a su patria y la embarcó en un mal buque,
eligiendo la estación de las tormentas.
El buque llegó a la isla, pero al acercarse a
la costa, se desencadenó sobre él un horrible huracán.
Pablo, el viejo, los negros, Fiel, el
gobernador y todos los vecinos hábiles para desempeñar el cargo de municipales,
acudieron a la orilla del mar a presenciar el espectáculo y ver si podían
servir de algo.
La tormenta era preciosa y digna de aquellas
costas providenciales. El poder del Supremo Hacedor se mostraba allí en todo su
apogeo.
Dios, que permite a los fabricantes construir
buques, manda a las tempestades destruirlos. ¡Esto es de una lógica admirable y
los humanos deben estar muy contentos de recibir lecciones tan provechosas!
La tempestad continuaba arreciando; las
maderas del navío crujían, los cables se rompían y la popa y la proa se
sumergían alternativamente en la onda salada.
Los tripulantes y pasajeros se arrojaban al
mar, las olas barrían la cubierta y a poco andar no quedaban en ella sino dos
personas: un hombre de talla gigantesca y una joven de alma colosal. La joven
era Virginia, el gigante no tenía nombre.
El gigante innominado rogaba a la joven
Virginia que se dejara salvar; ésta se oponía a semejante pretensión por
razones de pudor, pues era necesario desnudarse para echarse al mar y eso no
entraba en sus costumbres.
Tan edificante coloquio se oía desde la costa
a pesar de la distancia y de la tormenta.
-¡Desnúdese! -le gritaban de tierra.
-Pas de danger -respondía la joven que en su
permanencia en el colegio había hecho recopilación de las expresiones más puras
del idioma francés.
-¡Desnúdese! -le repetían los de la costa.
-Il ne manque plus que ça -respondía
Virginia.
-¡Desnúdese, desnúdese! -continuaban las
voces.
-J'ai bien autre chose a faire! -respondía la
joven.
-¡Desnúdese, por la virgen santísima! -vociferaban
sus amigos.
-Ah! mais, non par exemple! -contestaba la
dócil y tierna doncella.
Cansado de rogar el gigante se echó al agua:
el mar creció al recibir tamaño cuerpo.
Pablo, desesperado, trató de llegar a nado al
buque, pero lo único que consiguió fue pelarse las rodillas y las narices
contra las rocas.
Un momento después Virginia y su pudor
desaparecieron de sobre cubierta.
¿Y Pablo? Fue sacado del mar, medio muerto y echando
sangre por los oídos, por la boca y por cuanto conducto tenía.
¿Y Virginia? Yacía más linda que nunca y
enteramente muerta sobre las arenas de la playa.
Los isleños la recogieron y al otro día la
enterraron.
Al entierro asistieron todos los habitantes
de la isla, inclusive el gobernador y los soldados, que hicieron a su cadáver
(al de Virginia) honores fúnebres, como si se tratara del cuerpo de un coronel.
Los jóvenes de la isla querían que las
enterraran vivas con el cadáver de la virtuosa doncella.
El gobernador se opuso a eso, fundándose en
que muchas habían perdido lo que perdió a Virginia.
Así, pues lo único que se enterró con los
restos de la virginal empecinada fue su castidad y algunas flores igualmente
inocentes.
Aquí debía concluir la novela, pero no
concluye.
Pablo fue debidamente atendido, pero quedó
mudo y bastante atontado. ¡Juzgue el lector cuál sería la situación de Pablo
con esta nueva dosis de estupor que le sobrevino!
Inútil es decir, que las madres, los negros,
el viejo y Fiel fueron desagradablemente impresionados por tales sucesos.
Pongo en conocimiento del lector que el viejo
tantas veces nombrado en esta lamentable historia, sólo figura en ella por
hallarse presente. Jamás ha hecho cosa alguna que yo pueda narrar ¡pero el autor
lo encuentra indispensable para el desarrollo del drama!
Margarita murió poco después.
Pablo, seguido del viejo, anduvo vagando
mucho tiempo y recobró temporalmente el habla; dos o tres veces, dijo:
"¡Virginia, Virginia!" con todas sus letras y se volvió a quedar
mudo.
El viejo lo llevó al mercado (devuelvo al
viejo su crédito puesto en duda en un párrafo anterior, en presencia de esta
noble acción) lo llevó para ver si el movimiento de aquel centro comercial lo
distraía; pero nada, más bien las penas del joven aumentaron al ver terneros,
pollos y pescados muertos.
Por fin, él también murió y tuvo el gusto
(dice el autor) de ser enterrado junto a su novia.
La madre de Pablo murió a su tiempo y Fiel no
quiso ser menos.
Los negros tardaron más en verificar esa
operación, pero tuvieron, por último, que decidirse a imitar a sus amos y al
perro.
En cuanto a la tía, se supo en la isla que
había pagado caras sus maldades: murió loca en un manicomio.
Lo único que quedó en la isla, como rastro de
la existencia de aquellas familias, fue la ruina de sus habitaciones y algunas
aves domésticas viejas, que, al verse abandonadas, se volvieron salvajes y
carnívoras: gallina hubo que se convirtió en una verdadera pantera.
El viejo, empecinado en vivir, quedó también
para contar esta triste historia.
Ya la ha contado más de cien veces (le
redevuelvo su reputación de personaje importante), y todavía llora al oír su
propio relato.Pablo y Virginia
Acabo de leer este romance; es bueno; voy a
contároslo por si no lo conocéis.
Una joven de familia distinguida se enamora
en Francia de un hombre honrado, de mediana condición, llamado La Tour; se casa
con él; esto desagrada a la familia de la mujer. El marido, disgustado del
accidente, decide ausentarse y se traslada a una isla donde existe una colonia
francesa; deja allí a su mujer y se va a negociar al extranjero. Muere antes de
volver a la isla, quedando su mujer con una hija no nacida aún, por toda
herencia; esto se debió a que en el país había abogados; es decir: se debió a que
había abogado la reducción de la herencia, no el hecho de haber quedado la
señora en cinta.
La pobre viuda se encuentra abandonada en la
isla; busca un terreno y se instala. Por lo visto, el terreno era sumamente
barato en aquel paraje.
Como vecina encuentra a una señora llamada
Margarita, que se hallaba en idénticas circunstancias según el autor;
totalmente diferentes, según lo verá el lector.
En efecto, Mme. La Tour era de familia noble.
Margarita no lo era.
Mme. La Tour era casada.
Margarita no lo era.
El señor La Tour era marido y de mediana
condición.
El señor seductor de Margarita era amante y
sin condición.
El señor La Tour se murió.
El otro señor no se murió por aquel entonces.
Mme. La Tour estaba embarazada de una niña.
Margarita de un niño.
El autor encuentra que todas estas
circunstancias son idénticas. ¡Dios lo bendiga!
Había por allí, además, un vecino viejo y dos
sirvientes negros de diverso sexo. Les ruego no creer que el viejo fuera
neutro.
¿Cómo dividir el terreno de las nuevas
vecinas, sin que hubiera cuestión de límites? El viejo echó a la suerte el caso
y la cara y el castillo dieron los títulos de propiedad de los terrenos.
En ellos se construyó dos cabañas separadas,
pero próximas.
Margarita dio a luz un niño; le llamaron
Pablo, y se plantó un árbol.
Mme. La Tour dio a luz una niña; la llamaron
Virginia, y se plantó otro árbol.
Era evidente que los árboles representarían
en adelante la edad de los niños en caso de no secarse (los árboles).
Las dos mujeres vivieron en santa paz sin
murmurar del prójimo. ¡Es necesario ir a las islas para presenciar tales
fenómenos!
Los dos negros se casaron, pero la negra no
dio a luz nada, razón por la cual no plantaron otro árbol.
El método de vida de estas gentes, era muy
sencillo: comían y se bañaban juntas, pero dormían separadas.
Iban a misa a la aldea vecina, juntas, pero
rezaban separadas.
El viejo las visitaba a todas juntas.
Pablo y Virginia crecieron y aprendieron a
hablar; desde este último suceso se llamaron hermanos.
¡Uno se queda sorprendido de que no se
hubieran dado tal nombre antes de saber hablar!
Pablo se ocupaba de los juegos y trabajos
propios de su edad y de su sexo. Virginia hacía respectivamente otro tanto. ¡He
ahí un nuevo fenómeno singularísimo!
Pablo quería mucho a Virginia y ésta a Pablo.
Siempre andaban juntos: ¿por qué no andarían de preferencia con el viejo?
Había además un perro; se llamaba Fiel; ¡esto
es un pleonasmo!
Cualquiera que tenga relaciones con un perro,
sabe que es fiel, aunque no se llame tal.
Me parece inútil decir que las dos familias y
el viejo eran felices. Comían, dormían, paseaban, jugaban y no pagaban
contribución directa.
Nada tenían que reprocharse, ni una falta, ni
un crimen, ni un pecado venial, salvo el original. A nadie hacían daño; ni
carne comían por no matar animales, pues no se atrevían a comerlos vivos.
Tomaban leche, se alimentaban de verduras y
huevos y habrían dejado a salvo estos últimos, si hubieran sospechado que de
ellos salían los pollos.
Fiel, por su parte, no hacía tales
distinciones y a pesar de su inmenso amor a la familia, no participaba de sus
opiniones respecto al régimen alimenticio.
Un día que las dos madres habían ido a misa,
llegó a las cabañas una negra esclava, flaca y hambrienta.
Pablo y Virginia le dieron de comer. ¡Esto es
lo que se llama ser oportunos!
En seguida la negra les contó que su amo le
pegaba y la tenía en ayunas, que ella se había escapado y que si volvía, su
verdugo la mandaría matar.
Júzguese del horror de los hermanos al oír el
verbo matar, ellos que vivían en perpetua semana santa por no matar una
gallina.
Como tenían buen corazón, se decidieron a
interceder por la negra y emprendieron a pie un viaje de cinco leguas con su
protegida. Llegaron a la hacienda del amo de ésta e intercedieron; el amo
perdonó a la negra, pero miró a Virginia con unos ojos... ¡ah! ¡qué ojos!
Virginia se asustó: ¡la inocencia,
naturalmente!...
Y no era que no hubiera motivo para mirar a
Virginia con ojos de hacendado; la mocita tenía ya sus trece años, era
redondita, blanca, graciosa, bonita y tenía un famoso desenvolvimiento de
caderas en que Pablo no había fijado su atención.
Verdad es que Virginia era hermana de Pablo y
es sabido que las hermanas nunca tienen caderas.
Pablo y Virginia se retiraron a su cabaña y
se perdieron en el camino, a causa del susto que llevaba la jovencita.
Llegaron a un río.
-Yo no paso -dijo Virginia.
Pablo la cargó a babucha y pasaron. A pesar
del gusto que tuvo Pablo, llegó cansado a la otra orilla. ¡Es que los sentimientos
tienen su límite!
Continuaron su camino con los pies lastimados
y sin esperanza de llegar. La noche avanzaba; los hermanos temblaban de miedo y
se pusieron a gritar; el único que les respondió fue el eco que, como se sabe,
repite las últimas sílabas.
-¡Socorro! -decía Pablo.- Corro, decía el
eco.
-Bendito sea Dios -gritaba inoportunamente
Virginia-. Adiós -repetía el eco burlón.
-Vengan pronto -exclamaba Pablo. -Tonto,
contestaba el eco, permitiéndose cambiar una letra.
De repente los perdidos oyeron un ladrido:
era el de Fiel. "Ahí está el negro" dijo Pablo, aun cuando el negro
no sabía ladrar, y bien pronto se encontraron reunidos con el sirviente.
-¿Cómo nos has encontrado? -le preguntaron.
-Vaya -les contestó el negro-, hice oler
vuestras ropas a Fiel y me ha entendido como si fuera un hombre.
Fiel afirmaba con la cola que era cierto.
-Los he buscado como si fueran agujas -añadió
el negro-. Fiel ha seguido la pista y me ha conducido hasta la hacienda a donde
fueron a pedir merced para la negra; allí he visto a la pobre en la tortura:
¡buen modo de perdonar había tenido el patrón!
Virginia sospechó que no era bastante un
viaje de cinco leguas para dominar las pasiones de un hacendado.
Domingo, así se llamaba el negro, hizo fuego,
preparó la cena y estaban en lo mejor de ella los viajeros, cuando vieron un
grupo de negros que avanzaba: eran paisanos de la esclava castigada y
reconociendo a sus protectores, quisieron premiarlos llevándolos en angarillas
hasta las cabañas donde las madres los esperaban desoladas.
La vida de estas familias, evangélicamente
inocentes, siguió deslizándose por la senda de la felicidad. Desgraciadamente,
eso no duró mucho.
Virginia cambió de carácter: andaba triste,
soñadora y se ruborizaba al ver a Pablo; éste no comprendía una palabra del
asunto; solamente infería que su hermana no lo quería tanto, pues no se dejaba
abrazar ni besar como antes.
La madre de Virginia se dio a pensar, por
aquella época, en que convenía separar a su hija de Pablo y habló a éste de un
viaje a la India.
-Yo no voy a la India -respondió Pablo.
-Está bien, joven obediente -repuso Mme. La
Tour-, no vayas.
Virginia continuaba soñando y haciendo
rarezas. Una carta de Francia llegó a manos de Mme. La Tour: era de una tía de
Virginia, rica como Creso y mala como una avispa; en la carta pedía que le
mandaran a Virginia.
La noticia se esparció por la isla y el
gobernador y demás habitantes tomaron cartas en el juego.
Para Virginia se establecía este dilema: dejo
a Pablo y tengo fortuna, o no tengo fortuna y no dejo a Pablo. Ella se
inclinaba a lo último, pero las madres, los vecinos y el gobernador opinaban
por lo primero.
Pablo se desolaba, mas nadie le hacía caso.
En fin, tras de mil vacilaciones, embarcaron
a Virginia, sin que lo supiera Pablo, quien renegó mucho, lloró mucho y se pasó
tres días mirando al mar.
En Francia la tía metió a la sobrina en un
convento y la quiso casar con un viejo rico. Virginia se negó a ello y llevó,
durante su permanencia, una vida de perros.
En la isla no lo pasaban mejor. Pablo estaba
sorprendentemente flaco y no cuidaba el jardín. No habían recibido noticias directas
de Virginia, pero esto no les sorprendía porque la joven no sabía escribir. Un
día por fin recibieron una carta de su puño y letra ¿cómo supieron que era de
su puño y letra?... ¡ah... en las islas!
Pablo se puso a aprender a escribir para
contestarle, y al fin de seis meses envió a su hermana nominal una plana llena
de curiosos detalles y cuyos últimos renglones contenían repetida cien veces la
palabra ven.
La tía, cansada de la obstinación de su
sobrina, se decidió a devolverla a su patria y la embarcó en un mal buque,
eligiendo la estación de las tormentas.
El buque llegó a la isla, pero al acercarse a
la costa, se desencadenó sobre él un horrible huracán.
Pablo, el viejo, los negros, Fiel, el
gobernador y todos los vecinos hábiles para desempeñar el cargo de municipales,
acudieron a la orilla del mar a presenciar el espectáculo y ver si podían
servir de algo.
La tormenta era preciosa y digna de aquellas
costas providenciales. El poder del Supremo Hacedor se mostraba allí en todo su
apogeo.
Dios, que permite a los fabricantes construir
buques, manda a las tempestades destruirlos. ¡Esto es de una lógica admirable y
los humanos deben estar muy contentos de recibir lecciones tan provechosas!
La tempestad continuaba arreciando; las
maderas del navío crujían, los cables se rompían y la popa y la proa se
sumergían alternativamente en la onda salada.
Los tripulantes y pasajeros se arrojaban al
mar, las olas barrían la cubierta y a poco andar no quedaban en ella sino dos
personas: un hombre de talla gigantesca y una joven de alma colosal. La joven
era Virginia, el gigante no tenía nombre.
El gigante innominado rogaba a la joven
Virginia que se dejara salvar; ésta se oponía a semejante pretensión por
razones de pudor, pues era necesario desnudarse para echarse al mar y eso no
entraba en sus costumbres.
Tan edificante coloquio se oía desde la costa
a pesar de la distancia y de la tormenta.
-¡Desnúdese! -le gritaban de tierra.
-Pas de danger -respondía la joven que en su
permanencia en el colegio había hecho recopilación de las expresiones más puras
del idioma francés.
-¡Desnúdese! -le repetían los de la costa.
-Il ne manque plus que ça -respondía
Virginia.
-¡Desnúdese, desnúdese! -continuaban las
voces.
-J'ai bien autre chose a faire! -respondía la
joven.
-¡Desnúdese, por la virgen santísima!
-vociferaban sus amigos.
-Ah! mais, non par exemple! -contestaba la
dócil y tierna doncella.
Cansado de rogar el gigante se echó al agua:
el mar creció al recibir tamaño cuerpo.
Pablo, desesperado, trató de llegar a nado al
buque, pero lo único que consiguió fue pelarse las rodillas y las narices
contra las rocas.
Un momento después Virginia y su pudor
desaparecieron de sobre cubierta.
¿Y Pablo? Fue sacado del mar, medio muerto y
echando sangre por los oídos, por la boca y por cuanto conducto tenía.
¿Y Virginia? Yacía más linda que nunca y
enteramente muerta sobre las arenas de la playa.
Los isleños la recogieron y al otro día la
enterraron.
Al entierro asistieron todos los habitantes
de la isla, inclusive el gobernador y los soldados, que hicieron a su cadáver
(al de Virginia) honores fúnebres, como si se tratara del cuerpo de un coronel.
Los jóvenes de la isla querían que las
enterraran vivas con el cadáver de la virtuosa doncella.
El gobernador se opuso a eso, fundándose en
que muchas habían perdido lo que perdió a Virginia.
Así, pues lo único que se enterró con los
restos de la virginal empecinada fue su castidad y algunas flores igualmente
inocentes.Aquí debía concluir la novela, pero no
concluye.
Pablo fue debidamente atendido, pero quedó
mudo y bastante atontado. ¡Juzgue el lector cuál sería la situación de Pablo
con esta nueva dosis de estupor que le sobrevino!Inútil es decir, que las madres, los negros,
el viejo y Fiel fueron desagradablemente impresionados por tales sucesos.
Pongo en conocimiento del lector que el viejo
tantas veces nombrado en esta lamentable historia, sólo figura en ella por
hallarse presente. Jamás ha hecho cosa alguna que yo pueda narrar ¡pero el
autor lo encuentra indispensable para el desarrollo del drama!
Margarita murió poco después.
Pablo, seguido del viejo, anduvo vagando
mucho tiempo y recobró temporalmente el habla; dos o tres veces, dijo:
"¡Virginia, Virginia!" con todas sus letras y se volvió a quedar
mudo.
El viejo lo llevó al mercado (devuelvo al
viejo su crédito puesto en duda en un párrafo anterior, en presencia de esta
noble acción) lo llevó para ver si el movimiento de aquel centro comercial lo distraía;
pero nada, más bien las penas del joven aumentaron al ver terneros, pollos y
pescados muertos.
Por fin, él también murió y tuvo el gusto
(dice el autor) de ser enterrado junto a su novia.
La madre de Pablo murió a su tiempo y Fiel no
quiso ser menos.
Los negros tardaron más en verificar esa
operación, pero tuvieron, por último, que decidirse a imitar a sus amos y al
perro.
En cuanto a la tía, se supo en la isla que
había pagado caras sus maldades: murió loca en un manicomio.
Lo único que quedó en la isla, como rastro de
la existencia de aquellas familias, fue la ruina de sus habitaciones y algunas
aves domésticas viejas, que, al verse abandonadas, se volvieron salvajes y
carnívoras: gallina hubo que se convirtió en una verdadera pantera.
El viejo, empecinado en vivir, quedó también
para contar esta triste historia.
Ya la ha contado más de cien veces (le
redevuelvo su reputación de personaje importante), y todavía llora al oír su
propio relato.
Claro de luna
Guy
de Maupassant
El padre Marignan llevaba con gallardía su
nombre de guerra. Era un hombre alto, seco, fanático, de alma exaltada, pero
recta. Decididamente creyente, jamás tenía una duda. Imaginaba con sinceridad
conocer perfectamente a Dios, penetrar en sus designios, voluntades e
intenciones.
A veces, cuando a grandes pasos recorría el
jardín del presbiterio, se le planteaba a su espíritu una interrogación:
"¿Con qué fin creó Dios aquello?" Y ahincadamente buscaba una
respuesta, poniéndose su pensamiento en el lugar de Dios, y casi siempre la
encontraba. No era persona capaz de murmurar en un transporte de piadosa
humildad: "¡Señor, tus designios son impenetrables!" El padre
Marignan se decía a sí mismo: "Soy siervo de Dios; debo, por tanto,
conocer sus razones de obrar, y adivinar las que no conozco."
Todo le parecía creado en la naturaleza con
una lógica absoluta y admirable. Los principios y fines se equilibraban
perfectamente. Las auroras se habían hecho para hacer alegre el despertar, los
días para madurar el trigo, las lluvias para regarlo, las tardes oscuras para
predisponer al sueño, y las noches para dormir. Las cuatro estaciones
correspondían totalmente a las necesidades de la agricultura; y jamás el
sacerdote sospecharía que no hay intenciones en la naturaleza, y que todo lo
que existe, al contrario de lo que él pensaba, se sometió a las duras
necesidades de las épocas, de los climas y de la materia.
Sin embargo, el padre Marignan odiaba a las
mujeres, las odiaba inconscientemente y las despreciaba por instinto. Repetía
casi siempre las palabras de Cristo: "Mujer, ¿qué hay de común entre tú y
yo?" Y entonces añadía: "Se diría que el mismo Dios estaba
descontento de aquella creación suya." Para él, la mujer era la criatura
doce veces impura de que habla el poeta. Era el ser tentador que había
arrastrado al pecado al primer hombre y que continuaba la obra infernal, el
ente flaco, peligroso, misteriosamente perturbador. Y más aún, que su cuerpo de
perdición detestaba a su alma amorosa.
En alguna ocasión había sentido esa ternura
femenina envolviéndole, y aunque se supiese inexpugnable, se exasperaba ante la
necesidad de amar que palpitaba incesantemente en tales criaturas.
En su opinión, la mujer sólo existía para
tentar al hombre y probarlo. Nadie debería aproximarse a ella sin las
precauciones defensivas y los recelos que se tienen ante las celadas. Y en
verdad se parecía a una celada, de labios suplicantes y brazos abiertos,
tendida al hombre.
El padre Marignan apenas tenía indulgencia
para las religiosas, cuyo voto las hacía inofensivas; pero, a pesar de ello,
las trataba con rudeza, porque sentía que, latente en el fondo de sus corazones
enclaustrados, tenían aquella perpetua ternura, alcanzándolo a él, aunque fuese
cura.
La presentía en aquellas miradas más húmedas
de piedad que las de los frailes, en aquellos éxtasis donde se transparentaba
siempre la mujer, en aquellos transportes de amor a Cristo que lo indignaban,
porque en ellas todo era materia; veía la maldita ternura en la propia
docilidad, en la dulzura de la voz cuando le hablaban, en los ojos puestos en
el suelo, en las lágrimas resignadas, si él las reprendía con dureza.
Sacudía la sotana en las puertas del convento
y salía de allí rápidamente como si huyese de un peligro.
Tenía el cura una sobrina que vivía con su
madre en una casita próxima. Se le había metido en la cabeza hacer de ella una
hermana de la caridad.
Era bonita, alegre y zalamera. Cuando el
padre la reprendía se limitaba a reír, y cuando la regañaba de veras lo besaba
con vehemencia, apretándolo contra su corazón, mientras el sacerdote,
involuntariamente, procuraba deshacerse de aquel abrazo, que al mismo tiempo le
proporcionaba una dulce alegría y despertaba en él la sensación de paternidad
que yace en el fondo de todo hombre.
Muchas veces le hablaba de Dios, de su Dios,
mientras caminaban por los campos; pero la joven no lo escuchaba y miraba el
cielo, las hierbas, las flores, con una alegría de vivir que se le asomaba a
los ojos. En algunas ocasiones corría para coger una mariposa, exclamando al
traerla consigo: "Mire tío, ¡qué linda es! ¡Hasta siento deseos de
besarla!" Y esta necesidad de besar insectos o flores encorajinaba,
irritaba y revolvía al padre, que una vez más tropezaba con la enraizada
ternura que germina siempre en el corazón femenino.
Pero un día, la mujer del sacristán, que
cuidaba de las faenas domésticas de la casa del padre Marignan, le comunicó
cautelosamente que su sobrina tenía un enamorado.
Sintió un asombro tan grande que quedó
sofocado, sin poder hablar, con la cara llena de jabón, pues en aquel momento
empezaba a afeitarse.
Tan pronto como se halló en estado de
reflexionar y de poder pronunciar alguna palabra, exclamó:
-¡Está usted mintiendo, Melania! ¡Eso no es
verdad!
Mas la campesina juró solemnemente:
-¡Que Nuestro Señor no me dé más de una hora
de vida si yo le miento, señor cura! Ella se entrevista con él todas las noches
después que su señora hermana está acostada. Se encuentran en las márgenes del
río. Si quisiera verlos e ir allá, es entre las diez y la media noche.
El párroco dejó el afeitado de su cara y
púsose a pasear de un lado para otro, como hacía siempre en las ocasiones de
grave meditación. Cuando volvió a afeitarse, se cortó tres veces entre la nariz
y la oreja.
Durante todo el día se mantuvo silencioso,
lleno de indignación y de cólera; a su indignación de eclesiástico ante el
invencible amor, se unía una exasperación de padre moral, de tutor, de director
espiritual engañado, eludido por una criatura; esa cólera egoísta de los padres
a quienes la hija anuncia que hizo sin ellos y sin su consentimiento la
elección del marido.
Después de comer intentó leer un rato, pero
no lo consiguió; se sentía cada vez más indignado. Al sonar las diez tomó el
bastón, una enorme rama de árbol que llevaba siempre en sus caminatas nocturnas
cuando iba a llevar los Sacramentos a algún moribundo. Contempló sonriendo la
enorme garrota con sólido puño campesino mientras la agitaba amenazadoramente,
y, de repente, la levantó y, con los dientes apretados, golpeó una silla, cuyo
respaldo roto cayó al suelo.
Al abrir la puerta para salir, se detuvo
sorprendido por la extraordinaria luz de la luna, bella como casi nunca suele
verse.
Poseedor de un espíritu entusiasta, espíritu
que todos los padres de la iglesia, esos poetas soñadores, deberían tener, se
sintió repentinamente distraído de lo que tanto le preocupaba, impresionado por
la grandiosa y serena belleza de la pálida noche.
En el jardincillo del presbiterio, bañado por
suave luz, los árboles en flor alineados en filas dibujaban sobre el paseo sus
sombras de frágiles ramos de hojas que nacían, en tanto la madreselva gigante,
unida al muro de la casa, exhalaba deliciosos aromas como azucarados, que
vagaban en la noche fresca y clara como un alma perfumada.
El párroco respiró hondo, bebiendo el aire
como los ebrios beben vino, y fue caminando a pasos lentos, feliz, maravillado,
olvidándose casi de la sobrina.
Cuando llegó al campo se paró para contemplar
la llanura inundada por la luna acariciadora, sumergida en el encanto suave y
lánguido de las noches serenas.
Las ranas lanzaban al espacio,
incesantemente, sus notas cortas y metálicas, y ruiseñores lejanos dejaban oír
una música que provocaba los sueños y no obligaba a pensar; esa música leve y
vibrante que parece creada para los besos, bajo la seducción de la luna.
El cura continuó su camino con el corazón
turbado sin que supiese el porqué. Sentíase de repente débil y agotado; tenía
deseos de sentarse, de quedarse allí a contemplar y admirar a Dios a través de
su obra.
A lo lejos, siguiendo las ondulaciones del
riachuelo, serpenteaba la línea extensa de los chopos. Una neblina fría, un
vapor blanco que atravesaban los rayos de luna, tornándolo plateado y
brillante, estaba suspendido alrededor y encima de sus márgenes y envolvía el
curso tortuoso de las aguas en una especie de algodón leve y transparente.
Una vez más se detuvo el padre Marignan,
empapado hasta el fondo de su alma de un enternecimiento creciente,
irresistible. Y una vaga inquietud lo iba invadiendo; sentía nacer dentro de sí
una de sus habituales interrogaciones:
¿Con qué fin había creado Dios semejante
noches? Pues, si estaban destinadas al sueño, a la inconsciencia, al reposo, al
olvido de todo, ¿para qué hacerlas más bellas que los días, más dulces que las
auroras y las tardes? Y ¿por qué razón ese astro lento y seductor (más poético
que el sol y que parece destinado, de tal manera es discreto, a iluminar cosas
demasiado deliciosas y misteriosas para la luz del día) transformaba las
tinieblas en transparencia?
¿Por qué razón el más hábil de los pájaros
cantores no descansaba como los otros y se hacía oír en la sombra perturbadora?
¿Para qué envolvía el mundo aquel fino velo?
¿Y porqué los estremecimientos del corazón,
la emoción del alma y la languidez del cuerpo?
¿A quién estaba destinado aquel desdoblar de
encantos que los hombres no contemplaban, porque reposaban en sus lechos?
¿Para quién, entonces, ese espectáculo
sublime, esa abundancia de poesía lanzada del Cielo a la tierra?
Y el párroco no encontraba explicación. Pero
he aquí que distantes, a la orilla del prado, bajo la bóveda de los árboles
húmedos y brillantes de rocío, habían aparecido dos sombras caminando muy
unidas.
El hombre era más alto e iba abrazado al
cuello de su compañera; de vez en cuando la besaba en la cabeza. Sus figuras eanimaron de repente el paisaje inmóvil que los rodeaba como un marco divino
creado para ellos.
Se diría que no eran más que un solo ser para
quien se destinaba aquella tranquila y silenciosa noche; venían en dirección al
sacerdote como una respuesta viva, la respuesta que el Señor concedía a su
pregunta.
Él continuó allí con el corazón palpitante,
turbado, imaginando ver una escena bíblica como los amores de Ruth y Booz o la
realización de un designio de Dios en uno de aquellos grandes cenáculos de que
hablan las Escrituras. Se acordó de los versículos del Cantar de los cantares,
de las llamadas de amor, de todo el calor de ese poema ardiente de ternura.
Y se dijo a sí mismo: "Tal vez Dios
hiciese estas noches para velar de ideal los amores de los hombres."
Iba retrocediendo frente a la abrazada pareja
que avanzaba siempre. Era la sobrina, sin duda. Sin embargo, el sacerdote se
preguntaba a sí mismo si no iría él a desobedecer a Dios. Pues, ¿no era que
Dios permitía el amor al rodearlo de un esplendor así?
Y el cura huyó, desorientado, casi con
vergüenza, como si acabase de penetrar en un templo en el que no tuviera
derecho de entrar.
Atala
Un joven francés desilusionado, René, se ha
unido a una tribu india y se casó con una mujer llamada Céluta. En una expedición
de caza, una noche de luna, René le pregunta Chactas, el anciano que lo adoptó,
al relatar la historia de su vida.
A la edad de diecisiete años, el Natchez
Chactas pierde a su padre durante una batalla en contra de los Muscogees . Huye
de San Agustín, Florida , donde se crió en la casa de los López español.Después
de 2 años y medio, se pone en marcha para el hogar, pero es capturado por los
Muscogees y los Seminoles. Las oraciones principales Simagan que sea quemada en
su pueblo.
Las mujeres se apiadara de él durante las
semanas de viaje, y cada noche le traen regalos. Atala, la hija cristiana de
media casta de Simagan, trata en vano de ayudarle a escapar. A su llegada a
Apalachucla, sus bonos se soltó y él se salva de la muerte por su intervención.
Huyen y vagar por el desierto durante 27 días antes de ser atrapado en una
tormenta enorme. Mientras ellos se han refugiado, dice Atala Chactas que su
padre era López, y se da cuenta que ella es la hija de su benefactor antiguo.
Los rayos caen sobre un árbol cercano por, y
se ejecutan al azar, antes de escuchar una campana de la iglesia. Encontrarse
con un perro, son recibidos por su propietario, Pere Aubry, y les lleva a
través de la tormenta a su misión idílico. La bondad de Aubry y la fuerza de la
personalidad de impresionar a Chactas en gran medida.
Atala se enamora de Chactas, pero no puede
casarse con él como lo ha hecho voto de castidad. En la desesperación que lleva
veneno. Aubry asume que ella no es más que malos, pero en la presencia de
Chactas revela lo que ha hecho, y Chactas se llena de rabia hasta que el
misionero les dice que, de hecho, el cristianismo permite la renuncia de los
votos. Le tienden, pero ella muere, y el día después del funeral, Chactas toma
el consejo de Aubry y sale de la misión.
En el epílogo, se revela que Aubry fue
asesinado más tarde por los cherokees , y que, de acuerdo a la nieta de
Chactas, ni René ni los Chactas de edad sobrevivió a una masacre durante un
levantamiento. La relación completa de las andanzas de Chactas después de la
muerte de Atala, en Les Natchez , da una versión algo diferente de su destino
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